Cartas a los lectores

Estimados amigos, queridos y fieles hermanos en Cristo, colaboradores, y lectores de Verdad y Vida:

Junto con el pequeño pero fiel equipo de voluntarios que, con la imprescindible, incondicional y generosa ayuda de Dios, hace posible Verdad y Vida, nuestra página Web, www.comuniondelagracia.es, que en este año ya ha recibido hasta ahora más 6.600 visitas, y en total más de 171.400, y todos los demás aspectos del ministerio de la Comunión Internacional de la Gracia (CIG), mi esposa y yo deseamos y pedimos que estéis bien de salud, llenos de esperanza, gozo y gratitud por el don de la vida que Dios Padre, en su amor inagotable, nos dio por medio de la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo, que recordaremos y celebraremos en el próximo mes de abril.

Los discípulos de Jesús no se reunieron la primera mañana de Pascua para darle la bienvenida como el primer resucitado con un cuerpo glorioso. Habían olvidado momentáneamente su promesa de que al tercer día resucitaría de la tumba. El apóstol Pablo escribiría más tarde en su carta a los corintios que Cristo había vencido al enemigo final, la muerte. Pero está claro que esa no era la expectativa de sus amigos y discípulos en esa primera mañana de Pascua. Sus corazones estaban apesadumbrados por el dolor.

Los discípulos habían olvidado la promesa de Jesús de que volvería a ellos. Todo lo que sabían era que su Señor estaba muerto y con él todas sus esperanzas, sueños y aspiraciones. Estaban abrumados por su sensación de pérdida. Pero ese, por supuesto, no es el final de la historia. Si lo hubiese sido, tú y yo no tendríamos ninguna esperanza. Las mujeres se dirigieron a la tumba temprano en la mañana para preparar el cuerpo con especias. Allí encontraron la piedra removida del sepulcro y a dos hombres con vestiduras resplandecientes que les dijeron: «―¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí; ¡ha resucitado! Acordaos de lo que os dijo cuando todavía estaba con vosotros en Galilea: “El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, y ser crucificado, pero al tercer día resucitará”» (Lucas 24:5-7). Y ellas recordaron las palabras de Jesús, y volvieron a decir a los once discípulos y al resto de los seguidores de Jesús: “¡Está vivo! ¡Está vivo! Ha vencido a la muerte como dijo”.

Pero, ¿qué significa la Pascua en nuestra vida? ¿No significa, en primer lugar, que ya no tenemos que temer a la muerte? Tenemos una actitud un tanto extraña ante la muerte. Fuimos creados para la vida, no para la muerte. Nadie que esté en su sano juicio espera con ansias la muerte. Y, por supuesto, esa es la cuestión. Fuimos creados para la vida, no para la muerte. Dios no nos creó sólo para este mundo. Cristo nos mostró que la muerte ya no es nuestro enemigo. La muerte ha sido vencida. Porque Cristo vive, también nosotros viviremos. Ya no tenemos que temer a la muerte.

Pero la Pascua también nos dice que ya no tenemos que temer a la vida. El sentido común nos dice que hay cosas en la vida peores que la muerte. ¿De qué sirve la vida si perdemos nuestra dignidad como seres humanos? Hay cosas en este mundo más preciosas para nosotros que nuestras vidas. Hay muchas cosas en la vida peores que la muerte. ¿Qué tiene que decirnos la Pascua cuando enfrentamos la vida con sus dolores y desilusiones, sus heridas y frustraciones?

En primer lugar, dice que Dios está involucrado en su mundo. El Dios de la tumba vacía es también el Dios del Éxodo. Dios no está en algún lugar alejado de la condición humana. El Dios de la Biblia está íntimamente involucrado con su creación. La mayor herejía en la fe cristiana hoy es la noción de que el cristianismo sólo tiene que ver con la muerte. Para el cristiano, morir es una incomodidad momentánea, pero no interrumpe una relación con Dios a través de Jesucristo que comenzó mucho antes.

El cristiano más triste del mundo es el que cree que la fe es simplemente comprar un boleto a un cielo lejano. Tal fe conduce a un legalismo sin alegría. La fe cristiana es una relación de amor definitiva con la vida.

Dios está involucrado en el mundo. Esto nos lleva a una segunda reflexión. La Pascua tiene que ver con la victoria. Este no es un día para la fatalidad y la desesperación. Cristo ha derrotado al enemigo final. Nosotros compartimos esa victoria. La Pascua es la celebración de esa victoria. Pero la Pascua también nos dice que, más que cualquier otra cosa, las personas importan.

¿Por qué es importante creer en la resurrección de los muertos? Ciertamente no es para creer en Dios. Mucha gente cree en Dios, pero no cree en la Pascua. No está en juego el poder de Dios ni su omnipotencia. Lo que está en juego es si tu vida o la mía tienen algún significado último. ¿Vivimos sólo una temporada y luego dejamos de existir para siempre? ¿O somos tan importantes a los ojos de Dios que ni siquiera la muerte puede separarnos de su amor? Esto es lo que nos asegura su Palabra: “¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? Así está escrito: «Por tu causa siempre nos llevan a la muerte ¡nos tratan como a ovejas para el matadero!» Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos 8:31-39).

La fe cristiana es la fe pascual. Es la convicción de que las personas son tan importantes para Dios que dio a su propio Hijo Unigénito en nuestro lugar; que permitió que lo crucificaran en la cruz por nuestros pecados y al tercer día lo resucitó de la tumba como señal y símbolo de que nuestras vidas tienen un significado eterno. Dios está involucrado. Cristo es victorioso. Pero lo que es aún más importante para nosotros, somos realmente importantes para Dios.

¿Cómo estamos respondiendo a esa importancia que Dios nos ha dado? No puede ser de otra forma sino aceptando y recibiendo el inabarcable amor que Él os ha dado en Cristo y respondiéndole, amándole con todo nuestro ser y al prójimo como Jesucristo nos ama. Ese es el nuevo mandamiento que nos dio nuestro Salvador y Señor: “Este mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros. Así como yo os he amado, también vosotros debéis amaros unos a otros. De este modo todos sabrán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros” (Juan 13:34-35). Esto es lo que, con la ayuda de Dios y la de los fieles colaboradores, hemos tratado de hacer, y seguimos haciéndolo con Verdad y Vida. Tenemos que confesar que cada año es más difícil, pero actuamos con la fe y el compromiso que demostró el viajero David Livingston. Se cuenta que una sociedad misionera le escribió: «¿Ha encontrado una buena carretera para llegar a donde usted está?» Livingston les respondió: ‘Si los hombres que ustedes tienen vendrían solamente si hubiera una buena carretera, yo no los quiero. Quiero hombres que vinieran, aunque no hubiera carretera alguna’. Este es un ministerio de fe, amor y esperanza y Dios siempre nos ha sostenido con lo necesario, aunque haya sido con estrecheces. Muchas gracias por todas las oraciones y el apoyo de aquellos fieles hermanos y colaboradores que están ahí aunque, a veces, no haya carreteras. Que el amor de Cristo llene nuestros corazones para amarnos los unos a los otros, toque a quienes nos rodean y sepan que somos sus discípulos.

El pequeño equipo de voluntarios directos en la realización de Verdad y Vida, y en el ministerio de la CIG, mi familia y yo deseamos y pedimos que, en unión de vuestros seres queridos, tengáis una inspiradora, gozosa y agradecida celebración de la Pascua de Resurrección de Cristo, siendo conscientes de que, en Jesús, nuestro Padre nos ha hecho más que victoriosos y nos ha dado la vida eterna. Pido a nuestro Padre que nos ayude a todos a andar cada día bajo su amorosa, sabia y soberana voluntad. Recibid un afectuoso abrazo fraternal con amor en Cristo.

Pedro Rufián Mesa
Director-Editor de Verdad y Vida


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