Una señal para siempre


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Este artículo, que fue publicado por primera vez en la revista Odyssey, se encuentra en la página Web de la GCI en www.gci.org/co/1209/signforever.

Las señales son importantes. Difícilmente podríamos vivir sin ellas. Tenemos señales de tráfico, para identificar mercados, indicar peligros como venenos, radiación, gases inflamables o cables de alto voltaje, para encontrar destinos geográficos, o simplemente para indicar direcciones en los aeropuertos o estadios de fútbol.

Las señales eran importantes también en el mundo antiguo, incluyendo la antigua nación de Israel. El Dios de Israel le dio señales a su pueblo y las usaron para su beneficio. Por supuesto, una de las más notables fue el arco iris después del diluvio de Noé. Otra fue el descanso del sábado, en el séptimo día de la semana. Esta señal le fue dada a Israel “para siempre”: “Guardarán, pues, el día de reposo los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo. Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel; porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó y reposó (Éxodo 31:16-17).

Algunos han pensado que particularmente la señal del descanso del sábado, dado a Israel, era tan importante que nosotros estamos hoy bajo la misma obligación. Después de todo, argumentan algunos, fue dada “para siempre”. Así que, ¿por qué no sería para hoy esta instrucción del antiguo pacto?

Lo importante que tenemos que reconocer aquí es que lo que es eterno se llama una “señal”. Pastores y maestros cristianos a lo largo de la historia le han dado gran consideración a las señales, ya que las encontramos referidas en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Es extensamente reconocido e importante comprender que el propósito de una señal es señalar a algo, algo más grande que la señal en sí misma. Por ejemplo, cuando no vemos ningún gato, la palabra “gato” dicha o escrita refiere nuestras mentes a una clase de animal en particular. Pensamos en él, aunque no está enfrente de nosotros. Mucho de nuestro lenguaje diario incluye el uso de señales para indicar a algo que existe pero que puede que no esté al alcance de nuestra vista ahora. Podemos decir que las señales indican a lo que significan, a las cosas en sí mismas.

Encontramos que en la Biblia las señales que Dios le dio primero a Israel todas señalaban a algo más grande que vendría, a menudo al carácter invisible de Dios o a sus acciones futuras. La palabra del Señor viene a Israel: “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo” (Levítico 26:12). “Yo soy el Señor tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto” (Éxodo 20:2).

Muchos teólogos a lo largo de los siglos han reconocido un patrón. Las señales que Dios son a menudo promesas. Y es indicado lo que es prometido. A Israel se le dio la promesa de una tierra. La promesa no era la tierra, pero señalaba hacia ella y anticipaba su cumplimiento, cuando Israel entraría en la Tierra Prometida. La señal fue la promesa; entrar en la Tierra Prometida fue el cumplimiento. Más aún, muchos maestros cristianos han reconocido una y otra vez que las señales dadas en el Antiguo Testamento, o bajo el antiguo pacto, se cumplieron en Jesucristo. De hecho, el mismo Jesús fue el cumplimiento de la señal del Mesías prometido, el cumplimiento de la promesa de Dios de liberación, de salvación.

¿Cómo se aplica esto a la señal eternal del sábado? Jesús mismo nos ayudó a contestar. Algunos de los maestros del judaísmo de su tiempo acusaron a Jesús de violar el sábado. ¿Cómo les contestó él? Les dijo: “Bueno, vosotros tenéis vuestra interpretación de esta señal, y yo tengo la mía. Las personas tendrán que elegir entre ambas lo mejor que sepan”. No, eso no es lo que les dijo. Al contrario, señaló que él era el Señor del sábado (Marcos 2:28; Mateo 12:8; Lucas 6:5). Él creó el sábado. Él estaba allí para mostrarles de que trataba el sábado verdaderamente. Él es la fuente de nuestro descanso sabático. De hecho, se muestra que Jesús mismo cumple la promesa del descanso sabático (Hebreos 4:1-11). Él es nuestro descanso sabático ya que estamos unidos a nuestro Gran y Eterno Sumo Sacerdote. La señal del sábado señalaba a su cumplimiento en Jesús. Él es “lo” que significaba.

Todo el Evangelio de Juan está dedicado a ayudarnos a ver la diferencia radical entre las señales que Dios dio, y la realidad a la que señalaban, Jesús mismo. Juan el Bautista es la señal, no el prometido mismo. Así que él debe “decrecer” y Jesús debe “crecer” en importancia. Jesús no solo nos dice la verdad, nos muestra el camino o nos da vida. Si no que él es el Camino, la Verdad y la Vida. Él es la luz del mundo, es el pan de vida, es el agua de vida, es la resurrección. Él es “Yo Soy”. Todas las señales dadas por Dios tenían el propósito de llevarnos al Hijo de Dios encarnado. Él es, en su propia persona, el cumplimiento de las promesas de Dios. Jesús es al mismo tiempo el Dador y el Don.

Hemos mencionado ya que el propósito de una señal en la acción de Dios es señalarnos a la realidad. Piensa en las señales de las autovías indicando la dirección a una gran ciudad, digamos por ejemplo a Chicago. Algunas están lejos y señalando al sur. Otras están más cerca y señalando al este. No hay límite en el número y posición de las señales dirigiéndote. Pero si están bien y claras, cada una señala la dirección para llegar a la ciudad de Chicago. Nadie confunde las señales con la realidad, la ciudad misma. Pero eso no les resta importancia. Si no has estado nunca en Chicago y no sabes el camino, las señales precisas son útiles para encontrar el destino.

Ahora piensa en que sucede cuando llegas a la ciudad, y quizás incluso al centro de ella. Te alegras de las señales y de que fuesen lo suficientemente precisas para llevarte a la ciudad. Pero una vez que estás allí, ya no tienen importancia. La ciudad en sí misma, con sus rascacielos, sus parques, sus museos y el lago al frente, exceden con mucho a cualquier cosa que esas señales pudieran posiblemente indicar sobre su verdadera grandeza. Y considera, ¿de qué te sirven posteriormente esas señales? De poco, si de algo en forma alguna. Su objetivo era llevarte a la ciudad. Una vez allí, no tienen más uso, incluso aunque permanezcas agradecido por ellas.

Ahora imagina a alguien desconcertado en el centro de la ciudad y exigiéndote que le muestres una señal que indicara el camino a Chicago. Si no reconocía que estaba ya en la ciudad, ¿le ayudaría la señal? O supón que él se quejara diciendo que posiblemente no estaba en Chicago, ya que no vio ninguna señal en el camino que fuese parecida a nada de lo que le rodeaba ahora. Pensando que la ciudad sería muy parecida a las señales que le indicaron el camino, Chicago sería como un inmenso panel, quizás con letras gigantes y luces iluminándolas, mostrando con brillo glorioso el nombre “CHICAGO”. Si eso era lo que él esperaba, ¿cómo le responderías? ¿No estarías un poco exasperado?

Si en realidad produjeses algo similar a lo que él esperaba, señalando en alguna dirección, ¿tendría algún uso? De hecho, si él siguiese la dirección de la flecha incluso en una señal impresionante que produjeses para él, ¿dónde le llevaría? ¿Hacia Chicago? No. Cuando has llegado al centro de la ciudad, una flecha que señalara en cualquier dirección te alejaría y eventualmente te llevaría fuera de la ciudad. En realidad esa señal ¡te confundiría! Pero aquellas otras señales que estaban todavía fuera de la ciudad serían muy útiles una vez más. Siguen siendo permanentemente útiles para aquellos que no han llegado todavía a la ciudad. Pero tienen muy poco significado una vez que has llegado a tu destino.

Las señales teológicas de la Biblia, ya fueran para el antiguo Israel o las registradas en el Nuevo Testamento con respecto a Jesús y la iglesia primitiva, funcionan de una forma muy semejante a lo dicho anteriormente. Las señales señalan a la realidad, donde las promesas que Dios hizo fueron cumplidas en persona. Esas señales permanecen como indicadores permanentes, e incluso eternos, a la realidad. Pero una vez que has seguido su dirección y te has encontrado con la realidad—Jesús mismo—han cumplido su propósito y ya no son necesarias. Son superadas por la realidad. Nunca podrás confundir la señal con la realidad, mucho más grande, a la que señalaban. Quizás esta sea la razón por la que, cuando se le preguntaba, Jesús a veces se negaba a dar otra señal. Les dijo que ya tenían muchas señales. Ninguna señal les ayudaría a reconocer la realidad cuando estaba allí frente de ellos, cara a cara.

Así que cuando leemos que Dios nos ha dado ciertas señales para siempre, eso es verdad. Las mismas señalan eternamente a la realidad prometida.Pero cuando te has encontrado con el Señor de todas las señales, todas las otras, habiendo llevado a cabo su tarea, ahora pueden tener solo un valor relativo, valor relativo a la Realidad de su Señor.

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