¿Qué es el infierno?
Joseph Tkach
Buscando una emisora en la radio de mi automóvil, cuando estaba para marchar a mi trabajo, sintonicé el programa de radio de J. Vernon McGee justo cuando decía: “No digas que un Dios amoroso te va a enviar al infierno. No es así. Lo que te va a enviar al infierno es que eres un pecador y no quieres admitirlo”. C.S. Lewis Me encantan las afirmaciones de una línea. He aquí otra de C. S. Lewis: “Al final hay solo dos clases de personas: aquellas que le dicen a Dios: ‘Sea hecha Tu voluntad’; y aquellas a las que Dios les dice al final: ‘Sea hecha vuestra voluntad’. Todos los que están en el infierno, lo eligen. Sin esa elección propia no podría haber infierno. Ningún alma que haya deseado seria y constantemente el gozo lo perderá. Aquellos que buscan hallan. A aquellos que llaman se les abrirá”. G.K. Chesterton G. K. Chesterton señaló una vez: “El infierno es el gran tributo de Dios a la realidad de la libertad y a la dignidad de la personalidad humana”. El infierno, ¿un tributo? Sí, porque Dios nos está diciendo: “Eres importante; te tomo en serio. Elige rechazarme, elige el infierno si lo deseas, permitiré que vayas porque te amo y no te impondré mi voluntad”. Muchos ven el infierno como el lugar donde Dios, para aquietar su ira, envía a los incorregibles, a los no creyentes y a aquellos que no lo conocen. La realidad, sin embargo, es que el infierno es el resultado del rechazo de Dios y de su amor por parte de las personas, orgullosamente insistiendo en su autonomía y aferrándose testarudamente a la falsa creencia de que pueden darse vida a sí mismas separadas de Dios. Porque Dios nos creó y nos sostiene por su amor para que tengamos relación con él, hay consecuencias por rechazar esa relación. Más bien que el resultado de la ira de Dios, el infierno es el resultado de la elección de las personas de rechazar a Dios y su amor. “Hecho está» por Liz Lemon Swindle, reproducido con permiso.
La ira de Dios es real, pero en lugar de ser opuesta a su amor, como si Dios fuese bipolar, la ira de Dios es una expresión de su amor: “Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Vemos esto más totalmente en la cruz donde Dios, en amor, derramó su ira sobre el pecado que destruye a sus amadas criaturas. Así, la cruz es el juicio de Dios contra el pecado y el mal, y la demostración de su amor por los pecadores que los libera de la maldad a la vida. El propósito de Dios desde el principio fue dar cumplimiento a su amor por la humanidad. Pero los seres humanos, en su rebelión, orgullo y separación de Dios, levantaron obstáculos a ese amor, obstáculos que debían ser quitados si la comunión con Dios iba a ser restaurada y correcta. El juicio y la ira de Dios fue la poderosa remoción de esas barreras, de forma que los propósitos de su amor pudiesen cumplirse. La obra de Jesús en la cruz hizo expiación por los pecados del mundo y ganó la victoria sobre toda maldad: “Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en Cristo. Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad, para alabanza de su gloriosa gracia, que nos concedió en su Amado. En él tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados, conforme a las riquezas de la gracia que Dios nos dio en abundancia con toda sabiduría y entendimiento” (Efesios 1:3-8). Cuando su ira hubo logrado su objetivo, Dios nos reconcilió consigo mismo en la obra salvadora de su Hijo, restaurando la paz. La ira de Dios contra el pecado y la maldad se ve en el envío de su Hijo. Si Dios no peleara contra la maldad, no tendría ira contra el pecado, y por lo tanto no habría tenido necesidad de hacer eso. La ira es parte de los medios de Dios para restaurar la relación, no un medio para perpetuar la separación. Isaias 54:8 muestra maravillosamente como la ira de Dios es una expresión de su amor. Notemos estas tres traducciones:
- “Por un momento, en un arrebato de enojo, escondí mi rostro de ti; pero con amor eterno tendré compasión de ti.—Dice el Señor, tu Redentor—“ (Nueva Versión Internacional).
- “Por un corto instante te abandoné, pero con bondad inmensa te volveré a unir conmigo” (Dios Habla Hoy versión castellana).
- “Solo por un momento te dejé abandonada, pero con gran ternura te aceptaré de nuevo” (Traducción en lenguaje Actual).
Aquí Dios, mientras le dice a su pueblo que tomen nota de su ira por sus pecados, los envuelve en su abrazo amoroso. Nota el ánimo en los versículos 9 y 10: “Para mí es como en los días de Noé, cuando juré que las aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra. Así he jurado no enojarme más contigo, ni volver a reprenderte. Aunque cambien de lugar las montañas y se tambaleen las colinas, no cambiará mi fiel amor por ti ni vacilará mi pacto de paz, dice el Señor, que de ti se compadece”. Dios ya ha tomado las acciones necesarias para poner fin a la enemistad entre él y la humanidad, causada por nuestra maldad. Estas acciones fluyen de su corazón amoroso, que es la esencia de su ser: “El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 4:8). Dios expresa su amor al continuar sosteniéndonos, dándonos la libertad para entrar en una relación de confianza y adoración con él, aunque puede que abusemos de esa libertad al rechazar su amor y gracia. Dios permanece fiel a su naturaleza, revelada en Jesucristo, incluso para aquellos que puede que elijan el infierno, eligiendo repudiar y despreciar las bendiciones de la vida, la luz y el amor que Dios tiene para ellos. Alabado sea Dios que ha expresado su amor de forma suprema enviando a su Hijo, Jesucristo, Dios verdadero de Dios verdadero, para lograr la victoria total sobre el mal y reconciliar consigo mismo en amor a toda la humanidad: “Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él.En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados” (1 Juan 4:9-10).
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