Permanecer centrados en la gracia
Publicado en el GCI Weekly Update el 29 de Julio de 2015 en From the President
por Joseph Tkach
Recientemente vi un vídeo que parodia un anuncio comercial de televisión. En este caso un CD de alabanza cristiana ficticio titulado It’s All About Me–Es todo Sobre Mí. Las canciones en el CD incluyen Lord I Lift My Name on High-Señor Elevo Mi Nombre en Alto, y There is None Like Me-No Hay Nadie Como Yo. ¿Gracioso? Sí, pero ilustrativo de la triste verdad de que los seres humanos tienden a adorarse a sí mismos en lugar de a Dios. Como señalé en mi artículo “Calificando la Gracia”, esta tendencia cortocircuita nuestra formación espiritual, llevando a confiar en uno mismo en lugar de en Jesús, “El autor y consumador de nuestra fe” (Hebreos 12:2).
Algunas veces los predicadores sin darse cuenta ayudan a las personas a abrazar una perspectiva errada por medio de mensajes de principios de vida cristiana como venciendo el pecado, ayudando a los pobres o compartiendo el evangelio. Esos temas pueden ser de ayuda pero no cuando centran a las personas en sí mismas en lugar de en Jesús: En quién es él, en lo que ha hecho y está haciendo en nuestro lugar. Es vital que ayudemos a las personas a descansar totalmente en Jesús para su identidad, para la vocación de su vida y para su destino definitivo. Con los ojos fijos en Jesús verán lo que hacen para servir a Dios y a la humanidad, no como un esfuerzo propio, sino como una verdadera participación, por gracia, en lo que Jesús está haciendo en su unión con el Padre y el Espíritu, y con toda la humanidad.
Las dos blancas de la viuda por João Zeferino da Costa, 1876 (Dominio público via Wikimedia Comunes)
Permíteme ilustrar esto compartiendo dos charlas que tuve con dos cristianos dedicados. La primera fue con un hombre con respecto a su lucha con el dar. Durante mucho tiempo se esforzó por dar más en ofrendas a la iglesia de lo que había presupuestado, basado en el concepto errado de que el dar, para que sea generoso, debe causar algún dolor. Pero sin importar lo que daba, y el dolor que experimentaba al hacerlo, se sentía culpable todavía, sabiendo que podía dar más. Afortunadamente, su perspectiva del dar cambió un día mientras escribía un cheque para la ofrenda de la semana. Pensó en lo que su generosidad haría por otros, en lugar de en sus efectos sobre sí mismo. Como resultado de este cambio en su forma de pensar, los sentimientos de culpa se convirtieron en unos de gozo. Por primera vez, comprendió una escritura citada a menudo en los ofertorios: “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7). Llegó a darse cuenta de que Dios no lo amaba menos cuando no daba con alegría, pero que a Dios le gustaba verlo experimentarla cuando daba.
La segunda conversación, fueron en realidad dos, con una mujer con respecto a su vida de oración. En la primera conversación compartió que ponía el reloj cuando oraba para estar segura que oraba al menos treinta minutes. Cubría todo lo que pensaba que era importante, pero se descorazonaba cuando miraba al reloj y comprobaba que no habían pasado ni diez minutos siquiera. Así que oraba más pero cada vez que miraba el reloj crecían los sentimientos de culpa y fracaso. Le comenté, un poco en broma, que me parecía que estaba “¡orando al reloj!”. En nuestra segunda conversación me dijo que mi comentario había revolucionado su perspectiva de la oración (por eso Dios recibe el crédito, no yo). Aparentemente mi comentario directo llegó a su pensamiento y ella empezó únicamente a hablar con Dios cuando oraba, sin preocuparse de cuanto tiempo oraba. En un tiempo relativamente corto empezó a sentirse conectada con Dios más profundamente que nunca antes.
La vida cristiana, incluyendo la formación espiritual, el discipulado y la misión, no es sobre “deberes” y “obligaciones” centrados en nuestra actuación. En su lugar es sobre participación, por gracia, en lo que Jesús está haciendo en, por medio y alrededor de nosotros. Centrarse en el esfuerzo propio tiende a resultar en una justicia propia que, a menudo, se compara con otros o incluso los condena, concluyendo falsamente que hemos hecho algo para merecer el amor de Dios. Pero la verdad del evangelio es que Dios ama a todas las personas tanto como puede hacerlo un Dios infinito. Eso significa que ama a otros tanto como nos ama a nosotros. La gracia de Dios invalida cualquier perspectiva de “nosotros” comparado con “ellos”, que exalta a uno mismo como justo y condena a otros como indignos.
“Pero”, puede que objeten algunos, “¿y las personas que cometen grandes pecados?. ¡Sin duda que Dios no los ama tanto como lo hace a los creyentes fieles!”. Para contestar a esta objeción solo necesitamos mirar el historial de los héroes de la fe en Hebreos 11:1-40. No eran personas perfectas. Muchos de ellos experimentaron tiempos de gran fracaso. La Biblia nos narra más historias de personas que Dios rescató del fracaso que sobre aquellas que vivían vidas justas. A veces leemos mal la Biblia como si el redimido hiciera la obra ¡en lugar del Redentor. Cuando no comprendemos que nuestras vidas son disciplinadas por la gracia, no por el esfuerzo propio, concluimos erróneamente que nuestra relación con Dios está basada en nuestra actuación. Eugene Peterson trata este error en su útil libro de discipulado, A Long Obedience in the Same Direction-Una Larga Obediencia en la Misma Dirección:
La realidad central para los cristianos es el compromiso personal, inalterable y perseverante que Dios hace con nosotros. Perseverancia que no es el resultado de nuestra determinación; es el resultado de la fidelidad de Dios. Sobrevivimos en el camino de la fe no porque tengamos una resistencia extraordinaria sino porque Dios es justo. El discipulado cristiano es un proceso de poner más y más atención en la justicia de Dios y cada vez menos en la nuestra propia; encontrado el significado de nuestras vidas no en cuestionar nuestros estados de ánimo, motivaciones y moral, sino en creer en la voluntad y propósitos de Dios; haciendo un mapa de la fidelidad de Dios, no dibujando las subidas y caídas de nuestro entusiasmo.
Dios, quien es siempre fiel a nosotros, nunca nos condena cuando le somos infieles. Sí, nuestros pecados lo entristecen porque nos hieren y a otros, pero nuestros pecados no determinan si Dios nos ama o cuánto. Nuestro Dios unitrino es amor perfecto, completo, no hay medida menor o mayor de su amor por cualquier persona. Porque Dios nos ama nos da su Palabra y su Espíritu para capacitarnos para reconocer nuestros pecados, para confesárselos, aceptando su solución para ellos, y luego arrepentirnos, alejarnos del pecado y regresar a Dios y a su gracia. Al fina, todo pecado es un rechazo de la gracia. Todo el que muere a su (falso viejo) ser, confesando y arrepintiéndose del pecado, en lugar de justificarse a sí mismo, lo hace porque ha recibido la obra gratuita y transformadora de Dios. En su gracia, Dios nos acepta donde estamos pero nunca nos deja allí.
Cuando nos centramos en Jesús y no en nosotros, nos vemos a nosotros mismos y a otros en la forma que Jesús nos ve: como hijos de Dios, y eso incluye a los muchos que no conocen todavía a su Padre celestial. A medida que caminamos con Jesús, nos invita y equipa para participar en lo que él está haciendo para alcanzar en amor a aquellos que no le conocen. Mientras participamos, vemos con mayor claridad lo que Dios está haciendo para que sus amados hijos vuelvan a él en arrepentimiento, ayudándolos a poner sus vidas totalmente bajo su cuidado. A media que compartimos con Jesús en su ministerio de reconciliación, aprendemos más claramente a lo que Pablo se refería cuando dijo que la ley condena pero que la gracia de Dios da vida (ver Hechos 13:39 y Romanos 5:17-20). Esa es la razón por la que es vital que nuestro ministerio, incluyendo nuestra enseñanza sobre la vida cristiana, sea hecho con Jesús en el poder del Espíritu, bajo el paraguas de la gracia de Dios.
Permaneciendo centrado en la gracia.
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