No fue crucificado solo
El Evangelio de Lucas al narrar la crucifixión de Jesús dice: “También llevaban con él a otros dos, ambos criminales, para ser ejecutados… Uno de los criminales allí colgados empezó a insultarlo: —¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! Pero el otro criminal lo reprendió: —¿Ni siquiera temor de Dios tienes, aunque sufres la misma condena? En nuestro caso, el castigo es justo, pues sufrimos lo que merecen nuestros delitos; éste, en cambio, no ha hecho nada malo. Luego dijo: —Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. —Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso —le contestó Jesús” (Lucas 23:32 y 39-43).
Desde las doce a las tres de la tarde, durante el período más horrendo del sacrificio de nuestro Salvador y sustituto vicario, Jesucristo, las tinieblas cubrieron la tierra, para describir las obscuridad que produce nuestro pecado y el de toda la humanidad, y que nuestro Salvador estaba cargando sobre Él en nuestro lugar.
Mientras el dolor indescriptible y el ahogo iban en crescendo Jesús estuvo todo el tiempo consciente y pensando principalmente en los demás. Estas fueron sus palabras que durante ese tiempo recogen las Escrituras: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. “Estarás conmigo en el paraíso”. “Mujer ahí tienes a tu hijo”. “Elí, Elí, ¿lama sabactnai?-Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. “Tengo sed” para que se cumpliera la Escritura.
Al final, cuando todo el plan de Dios, y lo dicho por los profetas, se había hecho realidad, Jesús dijo sus últimas palabras: “TODO ESTÁ CUMPLIDO” –HECHO ESTÁ O CONSUMADO ES”, al final, y reuniendo el poco vigor que le quedaba aún, exclamó con fuerza: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”, antes de exhalar el espíritu.
Todos los que miraron desde lejos hacia la colina del Gólgota pudieron ver dibujadas las siluetas de tres cruces con sus respectivos crucificados, mientras el sacrificio por la expiación de los todos los seres humanos se estaba llevando a cabo.
Jesús y los dos criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda, crucificados juntos en la misma ejecución. Todos expuestos al mismo abuso, el mismo dolor horrible agonizante y los mismos pasos lentos pero irreversibles hacia la muerte. Los tres habían sido arrestados en alguna parte y sentenciados en los días previos. Ahora compartían la misma clase de muerte.
¿Qué podemos aprender del hecho de que Jesús no fuese crucificado solo, y qué tuvo eso que ver con cada uno de nosotros?
El gran teólogo suizo, Karl Barth, afirmó que este texto, cuando se pondera y se entiende apropiadamente, contiene toda la historia del mundo y todas las acciones de Dios con la humanidad.
Todos habréis visto muchos cuadros que muestran la crucifixión de Cristo. La mayoría omiten a los dos criminales de la escena, quizás para centrarla en Jesús solo. Sin embargo, al hacerlo así pasan por alto un elemento crucial y de suma importancia de la historia, no solo históricamente, sino espiritual y teológicamente.
¿Cuál es ese elemento vital que pasan por alto?
El Nuevo Testamento no deja lugar a dudas de que Jesús es el Señor, precisamente porque era y es el Señor, no murió solo. El apóstol Pablo particularmente enfatiza que cuando el Señor Jesús murió, todos los seres humanos, pasados, presentes y futuros, todos, murieron con Él. Veamos por ejemplo su afirmación en 2 Corintios 5:14: “El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron”. Lo que está diciendo es que cuando Jesús murió todos morimos, Él nos tomó consigo mismo y nos hizo morir al viejo ser en su muerte, y nos resucitó en su resurrección.
Hay un viejo himno inglés en el que se pregunta: “¿Estabas allí cuando crucificaron a mi Señor?” La respuesta enfática para cada uno de nosotros es: “SÍ, estábamos allí, y no solo eso, sino que también fuimos crucificados en Él. Toda la raza humana, pasada, presente y futura, fue crucificada en Jesús. “Uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron”.
Permitidme que, a este respecto, cite una porción de las páginas 5 a la 7 del estudio titulado El Dios dado a conocer en Jesucristo-Una breve introducción a Teología Trinitaria Centrada en Cristo, que el equipo de teología de Grace Communion International escribió, que tradujimos al español y del que en su día se le dio un ejemplar a cada uno de los miembros de la iglesia: “Los primeros maestros y teólogos trinitarios prominentes incluían a Ireneo, Atanasio y Gregorio de Nazianzo.
Ireneo (murió en 202 d.C.) fue un discípulo de Policarpo, quien a su vez había estudiado con el apóstol Juan. Ireneo se esforzó por mostrar que el evangelio de la salvación, enseñado por los apóstoles y transmitido por ellos, está centrado en Jesús. ‘En Jesús”, escribió Ireneo, ’Dios recapituló en sí mismo la antigua formación del hombre [Adán], para que pudiese destruir el pecado, privar a la muerte de su poder y vivificar al hombre…’ (Contra Herejías, III.18.7).
Ireneo comprendió que Jesús tomó toda la humanidad en sí mismo y renovó a la raza humana por medio de su vida, muerte, resurrección y ascensión vicaria, en representación y substitución de la nuestra.
Ireneo enseñó que esta renovación, o recreación, de la raza humana en Jesús, por medio de la Encarnación, es mucho más que una obra “por” Jesús. Al contrario, nuestra salvación es mucho más que el perdón de nuestros pecados. Significa nuestra recreación total “en” y “por medio” de Jesús.
Atanasio (murió en 373 d.C.) defendió el evangelio contra falsos maestros, incluyendo a Arrio, que negó la divinidad eterna del Hijo. Esta defensa llevó a la formulación de la doctrina de la Trinidad, afirmada en el Concilio de Nicea en el año 325 d.C. En su tratado, Sobre la Encarnación, sección 20, Atanasio escribió:
‘Así, tomando un cuerpo como el nuestro, ya que todos nuestros cuerpos estaban sujetos a la corrupción de la muerte, Él sometió su cuerpo a la muerte en el lugar de todos y lo ofreció al Padre. Esto lo hizo por su puro amor por nosotros, de forma que en su muerte todos muriésemos… Hizo esto para poder volver de nuevo a la incorrupción a los hombres que habían vuelto a la corrupción, y les dio vida por medio de la muerte por la apropiación de su cuerpo y por la gracia de su resurrección…
La muerte de todos fue consumada en el cuerpo del Señor; sin embargo, porque la Palabra estaba en él, la muerte y la corrupción fueron en el mismo acto totalmente abolidas. Debía de haber muerte, y muerte por todos, para que la deuda de todos pudiese ser pagada. Por lo que la Palabra…no pudiendo en sí misma morir, tomó un cuerpo mortal para poder ofrecerlo como suyo propio en lugar de todos, y sufriendo por causa de todos, por medio de su unión con ellos, “anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte, es decir, al diablo, y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida” (Hebreos 2:14-15). Por su muerte la salvación ha venido a todos los hombres, y toda la creación ha sido redimida’.
Atanasio e Ireneo enfatizaron la naturaleza vicaria de la humanidad que Jesús asumió en su Encarnación. Solo por medio de su nacimiento, vida, muerte en sacrificio y resurrección del Hijo de Dios Encarnado podía Dios salvar a la humanidad. Esta es la esencia del evangelio comprendida por la iglesia inicial y revelada en las Escrituras.
Gregorio de Nazianzo (murió en 389 d.C.) escribió sobre la asunción de nuestra humanidad caída por Jesús por medio de su Encarnación: ‘Si alguien pone su confianza en Él [Jesús] como un hombre sin una mente humana, tal persona está privada de mente…porque aquello que Él no ha asumido no lo ha sanado; pero aquello que está unido a su Divinidad se ha salvado también…’” (Epístola 101).
Así que podemos ver que la vida, pasión, muerte, resurrección y ascensión vicarias de Cristo no es un invento de Karl Barth, de los hermanos Torrance o de la CIG, es una maravillosa verdad que nos muestra la Palabra de Dios y también creyeron y enseñaron los llamados “padres de la iglesia”.
El apóstol Pablo nos dice que Cristo murió por todos “por consiguiente todos murieron”, y eso quedó clara y vívidamente tipificado en los dos criminales crucificado a cada lado de Jesús.
¿Te has parado a pensar alguna vez que los cuatro evangelios mencionan este aspecto de la crucifixión, que Jesús murió entre dos hombres que fueron crucificados con Él?
No puedo pensar que haya otra razón para que este aparente pequeño detalle fuera tan fielmente recordado y registrado, excepto para indicarnos nuestra crucifixión con Cristo. Antes de que Jesús nos redimiera todos nosotros éramos criminales igual que aquellos dos que murieron con Él. Cuando Cristo murió, todos morimos, todos nosotros.
Y tan verdad como que todos morimos en Cristo, en su resurrección todos fuimos resucitados a una nueva vida, a una existencia y a una situación completamente nueva delante de Dios. Pedro nos recuerda esto cuando escribe que nos hizo nacer de nuevo en la resurrección de Jesucristo, 1 Pedr0 1:3-5: “¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva 4 y recibamos una herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el cielo para vosotros, 5 a quienes el poder de Dios protege mediante la fe hasta que llegue la salvación que se ha de revelar en los últimos tiempos”.
Así que la Encarnación, vida, pasión, muerte, resurrección y ascensión del Hijo de Dios fue mucho más que el simple pago por nuestros pecados, Jesús asumió sobre sí mismo nuestra propia naturaleza y pecado para que pudiésemos participar de la suya y elevarnos al Padre como sus hijos e hijas ya con una nueva vida.
Alguien puede preguntarse, ¿si todo lo hizo ya Cristo con su vida, pasión, muerte, resurrección y ascensión hay algo que tenga que hacer yo?
La crucifixión universal de toda la raza humana no nos deja sin que tengamos que tomar una decisión. De hecho, se nos manda elegir vivir en la realidad de aquella muerte, y de abrir nuestros ojos a la nueva vida que tenemos a causa de la muerte y resurrección y ascensión de Jesucristo. Romanos 6:1-6 “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? 2 En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? 3 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? 4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. 5 Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; 6 sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”.
Esta es la llamada que nos hace el Evangelio, el mandato del Nuevo Testamento: A creer la verdad, la maravillosa buena noticia de lo que nos ha sucedido a nosotros y a todo el mundo en Jesucristo.
Ahora, que sea totalmente claro lo que Cristo hizo por todo el mundo, que todos los seres humanos fueron incluidos en su muerte y resurrección, no puede llevar a nadie a pensar que enseñamos que todos aceptarán la salvación. Aunque Dios nos salva a todos en Cristo, no nos priva del libre albedrío a ninguno de nosotros, tenemos que ejercerlo aceptando y recibiendo en fe lo que Dios nos ha dado y nos ha hecho ser en nuestro Salvador. Tú no puedes obligar a nadie a que te ame por mucho que tu lo ames, tiene que decidir hacerlo.
Es interesante que ese mismo punto es otra parte importante de la narración que Lucas nos da: que un criminal creyó, y el otro, de acuerdo a todo lo que se nos muestra en el texto, aparentemente no lo hizo. Y aunque ambos fueron crucificados con Cristo, fue solo al ladrón que creyó que Jesús le dijo: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Esta buena noticia de que todos fuimos crucificados con Cristo nos sigue, nos confronta, no nos dejará sin preocuparnos y nos compele a tomar una decisión. Pero no es una decisión de si moriremos y resucitaremos en Jesús, eso ha sido hecho ya gratuitamente por el amor de Dios manifestado de una forma total en el sacrificio de Jesucristo. Al contrario, es una decisión de si abrazaremos alegres y agradecidamente la verdad de quién es Jesús, y lo que Él ha hecho con nosotros y en nosotros; si abrazaremos, recibiremos y aceptaremos gozosos y llenos de gratitud nuestra verdadera identidad como aquellos que fueron crucificados y resucitados con Cristo por su amor incondicional e inmerecido.
Es en esa total confianza que nos unimos a las palabras de Pablo en Gálatas 2:20 y decimos con valentía: “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí”.
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