El Padre pródigo, el hijo que regresa y el que no deseaba entrar



Pedro Rufián como VV                                                                                       por Pedro Rufián Mesa

Entre las parábolas más conocidas de Jesús está la llamada del hijo pródigo. Vamos a considerar la misma, deteniéndonos especialmente en el amor del Padre por el hijo mientras está fuera de casa, cuando regresa arrepentido y por el que está en casa también.

La parábola se encuentra en Lucas 15:11-32.  Algunos la han llamado la parábola del padre pródigo, por la forma en la que el padre perdona, se alegra y festeja el regreso del hijo perdido.  Aún hoy, después de siglos de enseñanza sobre la gracia de Dios, la presta disposición del padre a perdonar a su hijo errante es vista como sorprendentemente generosa.

Esta parábola habla de forma patente del amor incondicional de Dios. Y nos dice que todos lo necesitamos. En contexto empieza en Lucas 15:1 con los cobradores de impuestos y los pecadores que se acercaban a Jesús para escucharle, porque habían oído que no los condenaba sino que les hablaba del amor incondicional de Dios.
                                                                                                                                                            En contraste los fariseos y los maestros de la ley juzgaban a Jesús, criticándole por dar la bienvenida a los pecadores y por comer con ellos.
                                                                                                                                                        ¿Qué piensas de la generosidad del padre?  Cada uno de nosotros, todos los seres humanos, hemos sido participes de esa infinita generosidad y amor del Padre. Como escribió el apóstol Pablo:  «Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8).

La partida del hijo menor

Jesús dijo en Lucas 15:11: «Dijo además: –Un hombre tenía dos hijos».  Introducción estándard de una parábola. «Un hombre», Dios Padre.

Vr. 12 «El menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.» Y él les repartió los bienes».

En la primera parábola en este capitulo 1 oveja se pierde de 100, en la segunda, se pierde 1 moneda de 10. En esta del hijo pródigo se pierde 1 de 2. La secuencia enfatiza la magnitud del hijo perdido. Y como veremos al final, en realidad estaban los dos perdidos. Todo el mundo estaba perdido. “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). Podemos ver el amor y valor que Dios da a cada ser humano.

Dios les dio la herencia a ambos. Extraño para la época que el padre dividiera la herencia en dos partes iguales. El hijo quería estar libre de su padre. Todos nos independizamos de Dios por el pecado y nos alejamos de su país. Nos rescató a todos los seres humanos en Cristo.
                                                                                                                                                             Su juventud no es enfatizada, pero la juventud tiende a ser más insensata, y los hijos mayores son más tendentes a menospreciar a los hermanos menores. Figurativamente, el hijo mayor podría representar a los fariseos y el menor a los creyentes recientes que Jesús estaba enseñando (Lc. 15:1).

En la iglesia primitiva, el hijo mayor podría haber correspondido a los judeo-cristianos y el menor a los gentiles.  ¿En qué situación te identificas tú?  Si eres un cristiano viejo puede que te identifiques con el hijo mayor, si estás recién convertido puede que te identifiques con el menor. Pero eso no importa, en realidad todos nosotros nos independizamos de Dios y nos alejamos de él por el pecado.

Vr. 13 «No muchos días después, habiendo juntado todo, el hijo menor se fue a una región lejana, y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente».  Un país gentil. Muchos judíos vivían en áreas gentiles.

Vrs. 14-15«Cuando lo hubo malgastado todo, vino una gran hambre en aquella región, y él comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se allegó a uno de los ciudadanos de aquella región, el cual le envió a su campo para apacentar los cerdos. Y él deseaba saciarse con las algarrobas que comían los cerdos, y nadie se las daba».

Separados de Dios lo único que hay es hambre. Tratando de satisfacerla nos allegamos a cualquier idea, filosofía y cosa en el país alejado de Dios.  Lo último que se le ocurría a un judío sería cuidar puercos, la ley los consideraba impuros, lo que indica que había abandonado sus escrúpulos religiosos. Apartados de Dios no tenemos trabas y nos hundimos en el fango.

Decide regresar

Vr. 17 «Entonces volviendo en sí, dijo: «¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!» .

Este versículo central cambia la dirección de la historia. En griego dice más exactamente, «cuando volvió en si», «cuando» (en lugar de «sucedió que»), esta afirmación parece decir que todos los seres humanos tendrán la oportunidad de volver en sí.  Que tendrán la oportunidad de salir de la locura embriagadora y engañosa del pecado, respondiendo y recibiendo el amor incondicional del Padre con el arrepentimiento y el regreso.

Volver en sí es la catarsis del arrepentimiento. Venir a los sentidos confrontándose con la realidad de la miseria de estar alejado de su padre y de todo lo que significa abundancia.
                                                                                                                                                          ¿Quién nos lleva al arrepentimiento?

Es la bondad y amor de Dios lo que nos lleva al arrepentimiento por medio de la acción de su Espíritu en nuestras vidas, como el apóstol Pablo escribió en Romanos 2:4 «¿O menosprecias las riquezas de su bondad, paciencia y magnanimidad, ignorando que la bondad de Dios te guía al arrepentimiento?». Dios nos ama siempre.

Jesucristo recibe al hijo arrepentidoEs solo y únicamente el amor incondicional del Padre el que nos lleva a él. La oveja perdida y la moneda extraviada, de las parábolas anteriores,  no podían hacer nada por sí mismas para ser halladas.

Es Dios Padre quien nos llama para que vayamos hacía Jesucristo  Juan 6:44, 65 «Nadie puede venir a mí, a menos que el Padre que me envió lo traiga; y yo lo resucitaré en el día final»…65 «–Por esta razón os he dicho que nadie puede venir a mí, a menos que le haya sido concedido por el Padre».  Dios nos lleva al arrepentimiento. Dios nos llama a la conversión.  Es Dios el que produce en nosotros el «querer y el hacer», como escribió el apóstol Pablo en  Filipenses 2:13 «porque Dios es el que produce en vosotros tanto el querer como el hacer, para cumplir su buena voluntad».

Él contaba con el amor incondicional de su padre.  Vrs. 18-19 «Me levantaré, cambiaré, me arrepentiré– iré a mi padre y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cieloes un eufemismo para Dios, usado sin duda porque el padre representa a Dios en la historia– y ante ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros».

El arrepentimiento no es solo reconocer lo que se ha hecho, sino un cambio de dirección en la forma en la que vemos a Dios y la vida. El hijo en lugar de alejarse de su padre se acercó a él.
                                                                                                                                                            En el momento del arrepentimiento, los pecadores nos tenemos que ver como lo que somos, y ver que incluso en lo más bajo de nuestra condición Dios nos ama incondicionalmente, de otra forma no estaremos dispuestos a que el amor de Dios nos cambie, no veremos la necesidad de hacerlo. Y ahora, después del deseo de cambiar, tiene que intervenir la voluntad de cambio y la  acción constante y progresiva de santificación, por medio de la aceptación de la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas.  Esa tiene que ser la actitud del cristiano.  Vr. 20 «Se levantó y fue a su padre».                                                                                                                                                                                                  Recibimiento por el padre

Vr. 20 «Y levantándose vino a su padre. Y cuando todavía estaba lejos, su padre le vio y tuvo compasión»

El padre está siempre con los brazos abiertos esperando el regreso de su hijo. Nunca ha dejado de amarlo.  Desde que el Espíritu motiva el deseo de cambiar en cada uno de nosotros, el Padre nos mira de una forma especial. Él sabe lo que somos, conoce nuestra fragilidad espiritual y nos extiende su misericordia como registró David en el Salmo 103:10-14 “No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados.  Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen. Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. Como el padre se compadece de los hijos, se compadece el Señor de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo”.

El Padre es el primero que ve al hijo. Y si es así es porque salía cada día a ver si lo veía regresar. El Padre tomó la iniciativa en Cristo y nos llevó a él. Dios el Padre, salió fuera, vino a este mundo, para buscarnos a cada uno de nosotros, por medio de Jesús.  «Y corrió»–estas palabras enfatizan el entusiasmo del Padre.  En las sociedades antiguas, que un hombre mayor corriera era considerado indigno, para hacerlo tenía que mostrar su piernas descubiertas–  «…y se echó sobre su cuello, y le besó».  Las acciones del padre representan el amor de Dios por todos sus hijos sin excepción.                                              
Lo besó como señal de perdón. El hijo no terminó de decir lo que pensaba decir, quizás porque fue detenido por ese beso de su padre.  Vrs. 21-22 «El hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y ante ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero su padre dijo a sus siervos: «Sacad de inmediato el mejor vestido y vestirle, y poned un anillo en su mano y calzado en sus pies».
La confesión del pecado delante de Dios aumenta en el corazón del creyente el valor del amor del Señor y estimula el deseo de recibir su bendición.  El padre no deja terminar al hijo. Él estaba pensando que el padre lo hiciese un siervo pero el padre le dice a los siervos: “ Sacad de …».  El hijo venía descalzo. El vestido, el anillo y las sandalias, que el padre le da, son signos de hombre libre. Los esclavos iban descalzos, y el anillo de sellar como señal de aceptación total en la familia.
                                                                                                                                                        Dios nos ha vestido de la justicia de su Hijo. Hemos emblanquecido nuestras ropas en la sangre del Cordero (Ap. 7:14).  Somos hechos hijos de Dios, y nos ha dado el sello del Espíritu Santo, que nos hace parte de su familia: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «Abba, Padre. Así que ya no eres más esclavo, sino hijo; y si hijo, también eres heredero por medio de Dios»  (Gálatas 4:6-7).                                                                                                                                         
Vr. 24 «…porque este mi hijo estaba muerto y ha vuelto a vivir; estaba perdido y ha sido hallado» — Que muestra que su regreso y su hallazgo es el resultado de la búsqueda del Padre”. Y comenzaron a regocijarse». Quizás el padre lo consideraba metafóricamente muerto porque se había convertido en un gentil.  Algunos judíos conducían funerales por los hijos que se habían casado con un gentil. Nosotros ciertamente estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, como el apóstol Pablo escribe en  Efesios 2:1-7 «En cuanto a vosotros, estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, conforme a la corriente de este mundo y al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora actúa en los hijos de desobediencia.  En otro tiempo todos nosotros vivimos entre ellos en las pasiones de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de la mente; y por naturaleza éramos hijos de ira, como los demás. Pero Dios, quien es rico en misericordia, a causa de su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros  muertos en delitos, nos dio vida juntamente con Cristo. ¡Por gracia sois salvos!  Y juntamente con Cristo Jesús, nos resucitó y nos hizo sentar en los lugares celestiales,  para mostrar en las edades venideras las superabundantes riquezas de su gracia, por su bondad hacia nosotros en  Cristo Jesús».

Conflicto con el hijos mayor 

El hijo mayor regresa a casa,  Vrs. 25-27 «Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando vino, se acercó a la casa y oyó la música y las danzas. Después de llamar a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.  Este le dijo: ‘Tu hermano ha venido, y tu padre ha mandado matar el ternero engordado, por haberle recibido sano y salvo'».  Hasta ahora esta parábola ha ido paralela a las dos primeras que se encuentran en este capitulo.  Lo perdido ha sido hallado y hay regocijo.  Ahora el hijo mayor es introducido por Jesucristo para darnos una lección adicional.  La aparición del hijo mayor en escena es extraña. Normalmente un siervo hubiera ido a buscarlo para darle la buena noticia. Pero parece como si el hijo mayor se enterara accidentalmente de la fiesta por el regreso de su hermano. Algunos comentaristas dicen que eso implica que el hijo no mantenía una buena relación con su padre, estrangulado por su actitud o por ser demasiado adicto a su trabajo.

El hijo mayor escucha «la danza de amor del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo» como señala el Dr. Baxter C. Kruger.

Es posible que algunos de nosotros, aún estando dentro de la familia, dentro de una comunidad cristiana, a consecuencia de una actitud de falta de agradecimiento y reconocimiento del gran amor de Dios en Cristo por cada uno de nosotros, y en nuestra mente estemos cortados de una relación profunda y real con Dios, como el hijo mayor de esta parábola lo estaba. Sin mantener una relación de amor y absoluta confianza con nuestro Padre.

Aquellos que ya hemos aceptado y recibido el amor de Dios somos los hijos mayores, aquellos que ya nos hemos reconciliado con Dios nuestro Padre. ¿Cómo nos estamos comportando con aquellos que están arrepintiéndose ahora, los despreciamos, o los animamos, los estimulamos y les perdonamos sus errores como Dios nos ha perdonado y nos perdona a todos? ¿Tenemos un compromiso firme y real de abrir nuestros corazones y nuestros brazos a todos los seres humanos, sin distinción, para llevarles el mensaje del amor y la misericordia del Padre en Cristo a todos los que Dios esté atrayendo hacia sí?

Ahora el hijo mayor es contrastado con el joven. El joven empieza la historia abandonando el hogar, el mayor la empieza retornando. El joven luego decide volver a su casa, el mayor rehúsa entrar en la casa.  El joven quiere ser un siervo de su padre, el mayor dice con resentimiento ser un siervo.  El hijo joven admite su culpa, el mayor insiste en su inocencia.

El siervo describe al hijo menor como «bueno y sano«, en salud.  Siendo notablemente menos dramático que los comentarios del padre «estaba muerto y ha revivido«.  Para el siervo son los hechos, para el padre  es el gozo incomparable.

Queja del hijo mayor 

Vr. 28 «Entonces él se enojó y no quería entrar. Salió, pues, su padre y le rogaba que entrase».  El hijo mayor se enojó por la compasión de su padre y no quería entrar, a pesar de saber que era esa la voluntad de su padre.

Su padre salió afuera para rogarle al hijo mayor que entrara en casa.  El padre salió, exactamente igual que había hecho por el hijo menor. Dios Padre salió en Cristo a rescatar lo mismo a judíos que a gentiles. Cristo fue crucificado fuera de los muros de la ciudad. Salió al encuentro de todo el mundo.

El deseo del padre era que el hijo mayor participara de su gozo por el regreso de su hermano. El hijo mayor desobedeció a su padre, había heredado la propiedad de su padre, pero no su actitud de misericordia. Tenía la actitud de los fariseos, ellos se esforzaban hipócritamente, en apariencia, por ser justos por sí mismos y estaban desconcertados al ver que Jesús aceptaba a las personas que se confesaban tales cuales eran: pecadores.

No hay ni una persona que no tenga necesidad del amor y la misericordia infinitas de Dios, pero los fariseos no eran conscientes todavía de ello.  Todos los seres humanos estábamos destituidos de la gloria de Dios.  Así que no veamos a los demás como si nosotros hubiésemos sido mejores, porque todos estábamos desesperadamente en necesidad del amor de Dios y de la justicia, por medio de la fe en lo que Cristo hizo por nosotros y somos en él. «Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada por la Ley y los Profetas. Esta es la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo para todos los que creen. Pues no hay distinción; porque todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios»(Romanos 3:21-23).

Vr. 29 «Pero respondiendo él dijo a su padre: «He aquí,–¡Mira! El hijo mayor empieza a hablar de una forma abrupta, con falta de respeto, frustración e impaciencia tantos años te sirvo,el verbo en griego es douleuó relativo a doulos- siervo.

La relación con su padre estaba basada en el trabajo, en lo que él hacía. Sentía que estaba comprando el afecto de su padre con el trabajo que hacía. La relación con su padre no estaba fundamentada en el amor «y jamás te he desobedecido».  Se estaba conformando a los deseos de su padre pero NO estaba siendo transformado por su amor desde dentro hacía a fuera y nunca me has dado un cabrito  para regocijarme con mis amigos». Un cabrito es de menor valor que un becerro.  El padre le habría dado un cabrito si se lo hubiera pedido Vrs. 31.

Se sentía no valorado, no apreciado, sin recompensa.  Sus quejas sugieren que él tenía un largo resentimiento guardado.  Se quejaba sobre la misericordia dada a su hermano menor, en una forma similar a los trabajadores en la viña que habían laborado todo el día y recibieron lo mismo que aquellos que solo habían trabajado una hora. (Si lo deseas puedes escuchar la predicación sobre esta parábola en la barra se sonido que aparece en la parte inferior de esta página. Para buscarlo ve presionando con el puntero sobre las dos flechas que hay en la parte izquierda de la barra de sonido, donde aparece el título del mensaje hasta encontrar el título: EL SEÑOR Y LOS OBREROS PARA SU VIÑA ).

Vr. 30 «Pero cuando vino éste tu hijo que ha consumido tus bienes con prostitutas, has matado para él el ternero engordado».  El hermano mayor no dice «mi hermano«, parece ser que no lo considerara como tal.

¿Sabía el mayor realmente en que se había gastado su hermano la herencia?  La historia no nos lo dice. Esto sugiere que el hermano mayor estaba haciendo falsas acusaciones.  La autojusticia, los falsos rumores, los juicios, las falsas acusaciones, las calumnias  y el desprecio, son la expresión más clara de la falta de amor y consideración hacía los demás. Al que se considera justo a sí mismo no le es fácil abrazar con el amor de Dios a los demás.

El hijo mayor era incapaz de perdonar, pero el apóstol Pablo nos dice que debemos de perdonarnos los unos a los otros, como Dios nos ha perdonado a todos en Cristo: «Más bien, sed bondadosos y compasivos unos con otros, y perdonandoos mutuamente, así como Dios os perdonó en Cristo» (Efesios 4:32).

La respuesta del padre

Vr. 31 «Entonces su padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas».  La palabra usual para «hijo» en esta parábola es «huios» pero aquí es «teknon» «criatura«, un término mostrando el gran afecto y amor del padre.

Los hijos mayores heredaban el doble que los otros  porque tenían la    responsabilidad de la familia.  El hijo mayor tenía la responsabilidad de cuidar de un hermano que cayera en desgracia. Pero el mayor no estaba dispuesto a aceptar su responsabilidad.

Nuestro Padre nos ha recibo ya, nos ha salvado, nos ha abrazado con sus brazos llenos de amor y nos ha asignado la herencia, ahora tenemos una responsabilidad con los demás seres humanos, abrazarlos con el amor de Dios en nuestros corazones, 2 Corintios 5:15, 18-19 «Y él murió por todos para que los que viven ya no vivan más para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos…Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo y nos ha dado el ministerio de la reconciliación: que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándoles en cuenta sus transgresiones y encomendándonos a nosotros la palabra de la reconciliación«.   Si solo pensamos en nosotros, en recibir la herencia, y no sentimos la necesidad de llevar el mensaje de reconciliación a otros estaremos en la misma situación del hijo mayor.

Vr. 32 «Pero era necesario La palabra usada es «edei» con el claro significado de que es necesario regocijarse del regreso del pecador, no es una opción, es una necesidad. alegrarnos y regocijarnos, porque este tu hermano no «mi hijo» sino «tu hermano»– estaba muerto y ha vuelto a vivir; estaba perdido y ha sido hallado.» El padre le recuerda al hermano mayor la responsabilidad que tiene con su familia. Y es eso precisamente lo que nos dijo Cristo que debemos de hacer con nuestros hermanos, estar siempre dispuestos a reconciliarnos con ellos y regocijarnos de ello, Lc. 17:3-4: “Mirad por vosotros mismos: Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. 4  Si siete veces al día peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti diciendo: «Me arrepiento», perdónale”.

El amor del padre incluía a ambos hijos
                                                                                                                                                            Se cuenta que un día después de la alabanza, el pastor caminó hasta el púlpito, y antes de dar el sermón presentó a un pastor invitado. Explicó que el invitado era uno de sus amigos, y que deseaba darle unos minutos para compartir lo que deseara con la congregación.
                                                                                                                                                          Un anciano se aproximó despacio y empezó a hablar:  «Un padre, su hijo y un amigo de su hijo estaban navegando cuando llegó una terrible tormenta. Las olas eran tan altas que, el padre a pesar de ser un marinero experimentado, no pudo mantener el barco derecho. Una fuerte ola lo invistió,  se dio la vuelta y fueron a dar  los tres en el mar».
                                                                                                                                                            El anciano dudó por un momento, mirando a dos jóvenes que empezaron a interesarse en la historia. «Solo tenía un salvavidas a su alcance. Tenía que tomar la decisión más difícil de su vida: ¿a cuál de los dos muchachos echaría el salvavidas? Tenía solo segundos para tomar la decisión. El padre sabía que su hijo era un cristiano y también sabía que el amigo de su hijo no lo era. El rugir de las olas no podía igualarse a la agonía de su decisión.
                                                                                                                                               Mientras el padre gritaba. ‘¡Te quiero hijo!’ lanzó el salvavidas al amigo. Para cuando el padre había sacado al amigo, hasta la cubierta del barco,  su hijo había desaparecido bajo las aguas espumosas en la negrura de la noche. Su cuerpo nunca fue recuperado».
                                                                                                                                                        Para entonces los dos jóvenes estaban fijos en el anciano sentados en el banco frente a él, esperando con ansiedad que las siguientes palabras salieran de la boca del viejo pastor.
                                                                                                                                                            «El padre”, continuó “sabía que su hijo entraría a la eternidad con Jesús, y no pudo soportar el pensamiento de ver partir al amigo de su hijo sin recibir y aceptar el sacrificio de Jesús. Por lo tanto estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo para salvar a su amigo.
                                                                                                                                                      ¡Cuán grande es el amor de Dios que estuvo dispuesto a hacer lo mismo por nosotros! Nuestro Padre celestial sacrificó a su Único Hijo para que pudiésemos ser salvos. Te animo a aceptar y a recibir la salvación que Dios ya te ha dado en Cristo Jesús”.
                                                                                                                                                            El anciano regresó y se sentó en su silla mientras el silencio llenaba la sala.  Luego el pastor llegó hasta el púlpito y dio un breve sermón con una invitación al final. Sin embargo nadie respondió a la invitación.
                                                                                                                                                    Pocos minutos después del servicio los dos adolescentes estaban al lado del anciano:  ‘Fue una historia bonita’ afirmó uno con cortesía, “pero no creo sea muy realista que un padre dejara morir a su hijo con la esperanza de que otro chico se convirtiera’. “Bueno es un buen punto”, le replicó el anciano, “es verdad que no es muy realista, ¿no es así?, pero estoy aquí hoy para deciros que esta historia me da una idea de lo que tuvo que ser para Dios el entregar a su propio Hijo por mí, y por cada uno de los seres humanos… Yo era aquel padre y vuestro pastor es el amigo de mi hijo”.
                                                                                                                                                            Si todavía no le has rendido tu vida a Dios por su amor por ti, lo puedes hacer ahora mismo.  Si deseas que pida a Dios por ti o hablar conmigo llama a unos de los teléfonos que aparecen cuando pinchas aquí. 

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