La impasibilidad pasible de Dios
Publicado originalmente en el GCI Weekly Update, el 20 de Julio en From the President
A lo largo de los siglos la iglesia ha enseñado que Dios, siendo impasible, no está sujeto al sufrimiento, el dolor, o al descontrol y el fluir de las pasiones involuntarias. Por ello Dios no es controlado, condicionado, manipulado, o de otra forma, afectado por nada externo a sí mismo. El Dios impasible es constante y fiel, ejerciendo soberanía sobre todo. Su impasibilidad es una expresión de su naturaleza inmutable (que no cambia) eterna, carácter y propósitos.
La iglesia también ha enseñado que el Hijo eterno de Dios, a través de la encarnación, tomó la naturaleza humana real y completa, convirtiéndose en uno de nosotros. Los seres humanos no somos impasibles, somos afectados por toda clase de cosas externas a nosotros; no somos constantes en nuestros estados emocionales y en como llevamos a cabo voluntariamente nuestra voluntad, propósitos y fines; también cambiamos nuestra mente con regularidad y no siempre somos fieles. Sufrimos de muchas formas y al final morimos.
Explicando un puzzle
Juntos estos factores nos confrontan con un puzzle. Dado que Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios, es al mismo tiempo divino y humano (dos naturalezas en una persona), ¿cómo es posible para él ser impasible (en su naturaleza divina) y pasible (en su naturaleza humana) al mismo tiempo? Más aún, dado que las Escrituras nos dicen que Jesús nos muestra como es Dios (Juan 14:9), ¿tenemos que concluir que el Dios eterno es pasible? ¿Puede Dios sufrir y actuar movido por fuerzas externas? ¿Tiene emociones como las nuestras? Una pregunta relacionada es esta: ¿Pueden los seres humanos herir a Dios emocionalmente? Para algunos, la respuesta a estas preguntas es un resonante “¡No!”. Insisten que Dios es inmutable (no sujeto a cambio). Pero ver a Dios como inmutable tiende a mostrarlo como distante, intocable, con un cinturón de acero e inmovible (fijo), más como el Inmovible Movedor de Aristóteles que el Dios revelado en Jesucristo. Esta visión de Dios parece ignorar la realidad de la encarnación, el sufrimiento y la muerte del Hijo de Dios. Pero dada la realidad de lo que Dios ha hecho, ¿cómo explicamos el puzzle que parece crear? Yo sugiero que lo hagamos en la forma en que algunos teólogos destacados lo han hecho clarificando con precisión lo que queremos decir con impasible y pasible.
Indicaciones de la pasibilidad de Dios
Empecemos señalando que la Biblia está llena de lenguaje emocional referido a Dios. Las narraciones en las Escrituras muestran a Dios respondiendo emocionalmente a su creación. Se dice de él estar apesadumbrado y airado, misericordioso, movido a compasión y lleno de gozo. A Dios se describe incluso como cambiando su mente (“arrepintiéndose”). Al mismo tiempo los autores bíblicos proclaman que Dios no es como los seres humanos y no puede compararse a las criaturas hechas por él (evitando así la idolatría). Sin embargo, estos autores usan lo que se llama antropomorfismo—lenguaje prestado de los seres humanos creados para hablar de Dios. Pero más elocuentemente, como ya he señalado, las Escrituras afirman que Jesús nos muestra quién es Dios y a qué es semejante (Juan 14:9). De hecho es a través del Hijo que conocemos al Padre.
De izquierda a derecha: Ireneo, Orígenes y Calvino (dominio público)
A lo largo de la historia cristiana siempre ha habido teólogos que, en fe, buscaron entender lo que Jesús nos muestra sobre el Dios eterno, soberano, fiel y constante. Tres ejemplos notables son Ireneo y Orígenes (siglo III) y Calvino (siglo XVI).
Ireneo escribió esto:
Los gnósticos adjudican a Dios afectos y emociones humanas. Sin embargo, si hubiesen conocido las Escrituras, y hubiesen sido enseñados por la verdad, habrían conocido sin lugar a dudas que Dios no es como los hombres. Sus pensamientos no son como los pensamientos de los hombres. Porque el Padre de todo está a una gran distancia de esas disposiciones y pasiones que operan entre los hombres.
Orígenes, parecía que tenía una mezcla de sentimientos. Por un lado, argumentó que Dios está totalmente libre de cualquier pasión y carente de todas esas emociones. Pero por otro lado, escribió esto:
El Padre mismo y el Dios de todo el universo es “paciente, lleno de misericordia y lástima”. ¿No debe, por lo tanto, en algún sentido, estar expuesto al sufrimiento?… El Padre mismo no es impasible.
Juan Calvino escribió esto: “Dios no tiene sangre, no sufre, no puede tocarse con las manos”.
Parece que la mayoría de los teólogos anteriores al siglo XIX creían y enseñaban que Dios no sufre como nosotros (y por lo tanto es impasible). Pero es importante notar que al hacerlo regularmente distinguían entre pasiones y afectos. Los afectos, afirmaban, proceden de un razonamiento correcto y son activos y voluntarios, mientras que las pasiones son pasivas e involuntarias, a menudo asociadas con inclinaciones pecaminosas. Mientras que los seres humanos están sujetos o son vencidos por las pasiones (y por ello arrastrados al pecado) Dios, siendo perfecto, no tiene ese tipo de emoción. Su naturaleza es amor perfecto, que no puede disminuirse o reducirse. En otras palabras, el amor de Dios no cambia. Su vida emocional no es idéntica a la nuestra como seres humanos. Si Dios estuviera sujeto a pasiones involuntarias (como ellos definen esta palabra), sería un Dios de miseria, el ser más infeliz en el universo.
Al decir que Dios es impasible (no sujeto a pasiones), estos teólogos no estaban diciendo que Dios es indiferente o apático. Aunque transcendente, Dios es también inmanente y presente, no meramente interesado en el mundo que creó, sino involucrado en el mismo a través de su plan de redención. Dios está tan dinámicamente activo en su vida trina que no puede cambiar para ser más activo o dinámico de lo que ya es. Sin embargo, la inmutabilidad de Dios no significa que es un inconmovible, “inconmovible movedor”. Al contrario, Dios es siempre relacional, activo y dinámico. En ese sentido, podemos decir que Dios tiene afectos verdaderamente—Dios puede elegir ser afectado por lo que ha creado y ama. Es vital que tengamos esto en mente cuando hablemos sobre Dios como impasible. Es verdad que Dios no sufre como nosotros. Pero su impasibilidad tiene otra cara, y entenderla es parte de lo que hace del evangelio verdaderamente buenas noticias.
Dios es por nosotros y con nosotros
Es verdad que Dios, no siendo creado y no cambiando, no está en el mismo desorden que lo estamos nosotros. Aunque él (ontológicamente) está fuera de nuestro desorden, está íntimamente involucrado con nosotros, actuando para limpiar nuestro desorden permanentemente—Dios nos responde libremente y a nuestras necesidades. Nuestra consolación definitiva es que desde el principio, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están en perfecto acuerdo con su plan para redimir a la humanidad. Una parte central de ese plan era que el Hijo de Dios se encarnara, y que al hacerlo dejara a un lado su inmunidad al dolor y al sufrimiento de forma que, como uno de nosotros, pudiera sufrir por nosotros y con nosotros.
Los teólogos modernos han visto la necesidad de mostrar la verdad de la clase de sufrimiento de Dios en y a través del Hijo encarnado. Karl Barth habló del propio corazón de Dios sufriendo en la cruz. Dietrich Bonhoeffer escribió que “nuestro Dios es un Dios sufriente”. Jürgen Moltmann escribió que en el Viernes Santo el Padre sufrió la pérdida de su Hijo. También señaló que la revelación de que Dios llora con los que lloran es una de las respuestas al problema del dolor. Nuestro Dios Unitrino de amor puede estar plenamente con nosotros en nuestras tristezas y confortarnos en nuestras penas. Para dar testimonio de la verdad total de Dios como es revelada en Jesucristo, T. F. Torrance reconoció la necesidad de hablar paradójicamente para referirse a la impasibilidad y la pasibilidad de Dios:
Por un lado la noción de la pasibilidad divina parecería poner en cuestión la fidelidad o inmutabilidad de Dios frente a la presión de fuerzas externas como si pudiera ser movido por lo que no es Dios. Por otro lado, la noción de la impasibilidad divina evidentemente excluiría la posibilidad del cualquier movimiento real de Dios en una autoidentificación amorosa y vicaria con nosotros en la encarnación y redención, lo que representaría una profunda brecha entre Dios, como es en sí mismo, y Dios como él es para con nosotros. Por lo tanto, y por un lado, no podemos sino mantener que Dios es impasible en el sentido de que permanece eterna e inmutablemente lo mismo; pero por otro lado, no podemos sino mantener que Dios es pasible, en el sentido de que se convirtió en aquello que no es por naturaleza al tomar sobre sí mismo “la forma de un siervo”. Él se convirtió en uno de nosotros y uno con nosotros en Jesucristo, dentro de las condiciones y los límites de nuestra existencia y experiencia humana creada en el espacio y el tiempo, aunque en ninguna forma sin cesar de ser Dios que es transcendente sobre todo el espacio y el tiempo. Es así, sin duda, como debemos pensar de la pasibilidad y la impasibilidad de Dios: su conjunción es tan incompresible como el modo de unión de Dios y el hombre en Cristo. De la misma manera como en la creación y en la encarnación Dios actuó de formas totalmente nuevas, mientras permanecía inmutable en su naturaleza divina, así como se convirtió en hombre sin cesar de ser Dios y se convirtió en criatura sin cesar de ser creador, él se convirtió en pasible sin cesar de ser impasible (The Christian Doctrine of God: One God, Three Persons,–La Doctrina Cristiana de Dios: Un Dios, Tres Personas, Págs. 250-251).
La pasibilidad del Dios unitrino impasible
En la cruz de Cristo, la totalidad de Dios sufrió. Sin embargo, Dios no estaba sufriendo dolor involuntario o un cambio en su naturaleza, carácter o propósito último. Mientras el Hijo, en su humanidad, sufría lo que nosotros sufrimos, el Padre, en su manera no encarnada, sufrió lo que el Hijo pasó. De la misma manera, el Espíritu sufrió lo que el Hijo pasó (de una forma apropiada de ser el Espíritu del Hijo). En Cristo, la totalidad de Dios entiende totalmente nuestro dolor y sufrimiento.
A través de la mediación de Cristo, la totalidad del amor de Dios entra en nuestro dolor y sufrimiento con nosotros y por nosotros, para darnos consuelo y al final vencerlo y llevarnos a la plenitud de la vida. Hacerlo conlleva traer juicio sobre el pecado y el mal que causa nuestro sufrimiento. Vemos esto en la crucifixión de Jesús, que lleva a su resurrección. T.F. Torrance señala que fue en la cruz donde vemos el “punto más profundo de nuestra relación con Dios en el juicio y en el sufrimiento” mientras Cristo, totalmente humano, cargó sobre sí los sufrimientos del mundo debidos al pecado y al mal. Pero Jesús no solo se cargó ese sufrimiento, él lo redimió.
El Cristo resucitado está ahora con el Padre, todavía comprendiendo nuestro dolor, no sintiéndolo ya, pero teniendo empatía con nosotros en él. Pero no debemos tomar tal empatía superficialmente. La salvación requiere más que alguien que se identifique y sienta nuestro dolor—Jesús vino para ser nuestro Salvador y Redentor, no solo un simpatizante. Aunque él tomó carne para participar en el sufrimiento con sus hermanos y hermanas, nunca debemos olvidar que Jesús no sufrió simplemente para identificarse con nosotros, o para saber lo que sentimos cuando sufrimos. Tal empatía superficial nos dejaría en la culpabilidad del pecado y bajo el poder del maligno y de la muerte. Al tomar nuestra naturaleza humana caída, y entrar en nuestra condición caída, vino a condenar al maligno y a rescatarnos del mismo a su propio coste, reclamándonos para Dios. Jesús rechazó todo pecado y al maligno y conquistó todo lo que causa dolor: el mal, el pecado y el maligno. Al hacerlo sana nuestra separación y estrangulamiento de Dios.
La gran obra de amor de Dios
A causa de esta victoria total podemos ver la profundidad de la gracia de Dios dada gratuitamente, incluso tomando nuestra culpa y nuestra condición llena de pecado para vencerla. En esta gran obra de amor derramada sobre nosotros podemos ver cuán receptivo es Dios para con nosotros en lo más profundo de nuestra necesidad más grande. Él no retuvo nada, sino que ese mismo acto de la receptividad personal de Dios, su acto de acercarse y ser afectado por nosotros (hasta el punto de que el Hijo de Dios pasara por el juicio contra el pecado y el sufrimiento de la vergüenza y la muerte humana) es la demostración más grande de la constancia, fidelidad y amor de nuestro Dios Unitrino. En Jesucristo, aquel que se convirtió en carne, que luego sufrió, fue crucificado, sepultado, resucitado y después ascendido en nuestro beneficio, vemos quien es Dios en su ser eterno—el Dios de amor que es “el mismo ayer, y hoy, y por lo siglos” (Hebreos 13:8).
En alabanza del Dios impasible, pasible.
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Pd: Con cada información de los terribles actos de violencia en los Estados Unidos, y en varios lugares alrededor del mundo en las últimas semanas, una escritura viene continuamente a mi mente: “SEÑOR, yo sé que el hombre no es dueño de su destino, que no le es dado al caminante dirigir sus propios pasos” (Jeremías 10:23). Cada día que pasa en este mundo caído nos lleva más cerca del regreso de Jesús en gloria. Esa realidad me da una esperanza tremenda, ya sea que su regreso se lleve a cabo en mi vida o no. Mientras esperamos, continuaremos teniendo tiempo para llamar al pueblo de Dios a lo que se conoce como lamentar, como se señala en este reciente artículo en Patheos:
Lamentar es ponernos al lado de aquellos que sufren, sentarnos con ellos, literalmente o figurativamente, en silencio y reconocer que en la creación interconectada de Dios, su dolor es nuestro dolor. Podemos, en silencio, considerar cómo es que participamos en el mismo dolor. Lamentar no es ofrecer palabras de consuelo, no es tratar de solucionar el problema o evitar que jamás suceda de nuevo. …Lamentar es un tiempo para el duro trabajo de búsqueda de la rebelión y la violencia en nuestras propias almas, que si se descuidan podrían estallar en violencia contra otros. Me acuerdo aquí de las palabras de Thomas Merton: “En lugar de odiar a las personas que crees que hacen la guerra, odia los apetitos y los desordenes en tu propia alma, que son las causas de la guerra. Si amas la paz, entonces odia la injusticia, odia la tiranía, odia la avaricia, pero odia estas cosas en ti mismo, no en otros”.
Ahora es un tiempo de lamentar, y sé que os unís a mí orando por la misericordia y la gracia de Dios junto con la protección del inocente. Pidamos también que Dios apresure el día cuando celebraremos la llegada de la plenitud del reino. Ven Señor Jesús.
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Un comentario
Madelin Reyes
Excelente información. Me encantó. Gracias por compartirla. ¡Qué el Señor siga bendiciendo su ministerio!