Jesús: El Discurso Definitivo de Dios


Apareció impreso originalmente en el GCI Weekly Update del 23 de Noviembre, 2016 en From the President

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 por Joseph Tkach   

                                                                                                                    Uno de mis profesores de oratoria enseñaba que hay tres aspectos en un discurso: 1) lo que se dice; 2) cómo se dice; y 3) quién lo dice.

A veces reflexiono en esa perspectiva cuando preparo predicaciones, centrándome particularmente en cómo se relacionan con la Biblia estos aspectos de un discurso donde qué se dice, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, es el mensaje de la salvación en Cristo; donde cómo se dice tiene principalmente que ver con el Espíritu Santo inspirando la forma en la que se comparte la historia de Israel, que incluye a Cristo; y donde quién lo dice es la Palabra viviente de Dios.

El autor de Hebreos se refiere a Jesucristo, el Hijo de Dios, como “el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es” (Hebreos 1:3). Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios, es el discurso definitivo y último de Dios. Él es la vida, el camino y la verdad de Dios personificadas para comunicarse con nosotros. Por lo tanto, correctamente, nos referimos a Jesús como la Palabra viviente de Dios, sabiendo que él transciende a la palabra escrita, las Escrituras, porque la totalidad de Dios no puede reducirse a un texto.

La vida de Jesús exuda el carácter de Dios y encarna el gobierno del reino de Dios. Como la Palabra hecha carne, interpreta para nosotros a lo que es semejante vivir en relación con Dios en anticipación de la venida de la plenitud del reino.

La declaración de que Jesús es “la fiel imagen de lo que Dios es” debería crear nuevas conexiones en nuestras mentes, ya que está diciéndonos la verdad de que Dios es como Jesús. Para expresar esta verdad, el apóstol Juan llama a Jesús el Verbo, la Palabra (Logos/Lógica) de Dios.

Siglos después, en La Trinidad, Agustín de Hipona explicó la relación unitrina de amor que Dios es, usando esta analogía: Si Jesús es la Palabra, entonces debe haber discurso (el Espíritu Santo) y un orador (el Padre). La analogía de Agustín expresa que las Personas divinas son tres, y la unidad del ser de Dios como Trinidad. Aunque al final todas las analogías fallan, esta es útil para transmitir la maravillosa verdad con respecto a la naturaleza de Dios, y su revelación a nosotros en y a través de Jesús, por el Espíritu.

Me encanta la forma en la que el doctor Gary Deddo lo expresó en una de nuestras conferencias: “Jesús era la revelación propia de Dios, y el darse propio de Dios. Él era la personificación del amor de Dios por el mundo. Por lo tanto, todo giró alrededor de aquel nuevo centro viviente y de aquella percepción renovada de quien era Dios. Él era idéntico a Jesucristo. No había otro Dios, no había otro Dios detrás de Jesucristo, no había un Dios del Antiguo Testamento en contraste con Jesucristo. Dios es como Jesús”.

Dios le hizo esta promesa profética a Abrahán: “Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición…¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!” (Génesis 12:2-3). Las Escrituras prosiguen para dejar claro que Jesús, la Simiente de Abrahán, es el cumplimiento definitivo de aquella promesa. En el Libro de los Hechos de los Apóstoles leemos acerca de Jesús: “De hecho, en ningún otro hay salvación [la bendición definitiva], porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Y más adelante el apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, nos dice claramente que la simiente, en la que serían bendecidas todas las familias de la tierra, era Jesucristo: “Ahora bien, a Abrahán fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo” (Gálatas 3:16)

Dios nos dio la palabra escrita, las Santas Escrituras, para señalarnos a nuestro Salvador, Jesucristo, la Palabra Viviente de Dios. La Biblia es el único libro antiguo que podemos leer con su autor todavía presente con nosotros, y Jesús, por medio del Espíritu, usa la palabra escrita para instruirnos sobre sí mismo, y también acerca de su esposa, la iglesia.

Amando a la Palabra Viviente.

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