«El Señor nuestro Dios, el Señor uno es»

Dios se reveló a sí mismo no únicamente como el más grande de todos los dioses, sino como el único Dios verdadero: “Yo soy el Señor, y no hay otro; fuera de mí no hay ningún Dios”

El judaísmo, el cristianismo y el islamismo,  estas tres grandes religiones miran a Abraham como su padre. Abraham era diferente a otros en su tiempo en un aspecto vital: Adoraba únicamente a un Dios, el verdadero Dios.

El monoteísmo, la creencia de que existe un solo Dios, marca el punto de partida de la verdadera religión. Abraham adoró al Único Dios Verdadero.

Abraham no nació en una sociedad monoteísta. Siglos después, Dios le recordó a la antigua Israel: “Hace mucho tiempo, vuestro antepasados, Téraj y sus hijos Abraham y Najor, vivían al otro lado del río Éufrates y adoraban a otros dioses. Pero yo tomé de ese lugar a Abraham, vuestro antepasado, lo conduje por toda la tierra de Canaán y le di una descendencia numerosa”. (Josué 24:2-3).

Antes de que Dios lo llamara, Abraham vivió en Ur aunque sus parientes vivían en Harán. La gente en ambos lugares adoraba muchos dioses. Ur, por ejemplo, era la sede de un gran ziggurat o torre del templo dedicada a la diosa luna Sumeria, Nanna. Otros templos en Ur honraban a An, Enlil, Enki y Nin-gal. Dios sacó a Abraham fuera de esta sede politeísta: “Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré, y haré de ti una gran nación” (Génesis 12:1-2).

Abraham obedeció a Dios y se mudó (versículo 4). En un sentido, la relación de Dios con Israel comenzó cuando Él se reveló a Abraham. Dios hizo un pacto con Abraham, renovó ese acuerdo con Isaac, el hijo de Abraham y, más tarde, con Jacob, el hijo de Isaac. Abraham, Isaac y Jacob adoraron al único Dios verdadero. Esto los apartó incluso de sus parientes cercanos. Labán, un nieto del hermano de Abraham, Nacor, abrazó numerosas creencias de dioses e ídolos (Génesis 31:30-35).

Dios rescata a Israel de la idolatría egipcia

Décadas más tarde, Jacob (cuyo nombre Dios cambió a Israel) y sus hijos se establecieron en Egipto. Los hijos de Israel permanecieron en Egipto por cerca de tres siglos. Los egipcios también adoraron muchos dioses. La Enciclopedia Bíblica Internacional señala: “La primer cosa que una persona observa cuando inicia el estudio de la religión egipcia es el gran número de deidades, muchas de ellas tomando forma de animales o formas humanas con cabezas de animales… Es posible enumerar al menos treinta y nueve dioses y diosas (vol. 4, página 101).

Los hijos de Israel crecieron en número en Egipto pero fueron esclavizados por los egipcios. Dios se muestra a sí mismo como el Dios verdadero a través de una serie de milagros que condujeron a la liberación de Israel de Egipto. Dios entonces hizo un pacto con la nación de Israel. La revelación de Dios de sí mismo a la humanidad, como muestran claramente estos eventos, ha sido el centro del monoteísmo.

Él se reveló a sí mismo a Moisés como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. El nombre que Dios se dio a sí mismo “Yo Soy” (Éxodo 3:14) implica que no existen otros dioses en la misma forma como Dios existe. ¡Dios es, ellos no!

Cuando el Faraón se rehusó a liberar a Israel, Dios humilló a Egipto con 10 plagas milagrosas. Muchas de estas plagas mostraban directamente la impotencia de los dioses de Egipto. Por ejemplo, uno de los dioses egipcios tenía una cabeza en forma de rana. La plaga de ranas enviada por Dios sobre Egipto ridiculizó la adoración que le tenían a ese dios.

Aún después de ser testigos de los efectos devastadores que las 10 plagas habían dejado sobre esta nación, el Faraón trató de evitar que los israelitas salieran. Finalmente, Dios los sepultó en el mar (Éxodo 14:27), lo que demostró la impotencia del dios egipcio del mar. Los hijos de Israel cantaron triunfantes (Éxodo 15:1-21), exaltando al Omnipotente Dios de Israel.

El Verdadero Dios: Encontrado… y Perdido

Dios guió a los israelitas fuera de Egipto y los llevó al pie del Monte Sinaí, donde ratificaron el pacto. En el primero de sus Diez Mandamientos, Dios enfatizó que Él era el único que debía ser adorado: “No tengas otros dioses además de mi” (Éxodo 20:3). El segundo Mandamiento prohibió tener dioses o adorarlos (versículos 4-5).

Una y otra vez, Moisés suplicó a los Israelitas que no adoraran ídolos (Deuteronomio 4:23-26; 7:5; 12:2-3; 29:14-18). Él sabía que cuando llegara a la tierra prometida, Israel se vería tentado a seguir a los dioses cananeos.

Un dicho conocido como Shema’ (que comienza con la palabra hebrea para “escucha”) capta el honor que Israel le debía a Dios. El Shema’ comienza así: “Escucha, Oh Israel; El Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:4-5 RV60).

Por supuesto, una y otra vez Israel reincidió en la adoración a los dioses cananeos, entre ellos El (un término dado a la deidad que se aplica también al verdadero Dios), Baal, Dagon y Ahtoreth (también conocido como Astarte o Ishtar).

La adoración a Baal causó particulares problemas a Israel. Según colonizaron la tierra de Canaán, se volvieron dependientes de la producción de los cultivos. Baal, el dios de las tormentas, fue adorado con ritos de fertilidad. La Enciclopedia Bíblica Internacional dice: “El culto de la fertilidad, dado el enfoque que tenía sobre la fertilidad de la tierra y de las bestias, atrajo siempre la atención de una sociedad como la antigua Israel cuya economía estaba basada principalmente en la agricultura” (vol. 4, página 101).

Los profetas de Dios advirtieron a los Israelitas a volverse de sus caminos. Elías les dijo: “¿Hasta cuando vais a seguir indecisos? Si el Dios verdadero es el Señor, debéis seguirlo; pero si es Baal, seguirlo a él” (1 Reyes 18:21). Elías pidió a Dios que probara que solo Él era Dios, y Dios le respondió. Y después de ser testigos de la acción de Dios, la gente reconoció: “¡El Señor es Dios!; ¡el Dios verdadero! (versículo 39).

Dios se reveló a sí mismo no únicamente como el más grande de todos los dioses, sino como el único Dios verdadero: “Yo soy el Señor, y no hay otro; fuera de mí no hay ningún Dios” (Isaías 45:5); y: “Antes de mí no hubo ningún otro dios, ni habrá después de mí. Yo, yo soy el Señor, fuera de mí no hay ningún otro salvador.” (Isaías 43:10-11).

El Judaísmo: estrictamente monoteísta

La religión judía en los días de Jesús no fue henoteísta (que sostiene que Dios es el más grande de muchos dioses) ni monólatra (que permite la adoración a Dios pero reconoce que otros dioses puedan existir). Era estrictamente monoteísta, que significa que existe únicamente un Dios.

De acuerdo al Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, en ningún otro punto estuvieron los judíos más unidos que en la confesión de que “Dios es uno” (vol. 3, página 98).

Recitar el Shema’ continúa siendo parte importante del culto judío hoy en día. Se dice que Rabbi Akiba, quien fue asesinado en Palestina durante el segundo siglo AC, fue ejecutado mientras leía el Shema’ y que durante las torturas repetía Deuteronomio 6:4, y que la última palabra que pronunció fue uno.

Qué dijo Jesús acerca  del monoteísmo

Cuando un escriba preguntó a Jesús cuál era el mayor de los mandamientos, Jesús contestó citando el Shema’: Escucha, Oh Israel, el Señor uno es… (Marcos 12:29-30). A lo cual, el escriba contestó: “Bien dices, maestro… Dios uno es y no hay otro aparte de Él” (vers. 32).

En el siguiente capítulo, debemos mirar como la venida de Jesús dio a la Iglesia del Nuevo Testamento un concepto mejor y más profundo acerca de Dios (Jesús afirmó ser el Hijo de Dios y ser uno con el Padre).

Jesús reafirmó el monoteísmo. Como señalan los escritores del Diccionario Teológico del Nuevo Testamento: “La Cristología del Nuevo Testamento, en lugar de acallar el monoteísmo, más bien lo confirma.  De acuerdo a los Evangelios, Jesús mismo enfatiza su confesión monoteísta” (vol. 3, página 102).

Marcos 10:17-18 registra una de las afirmaciones más evidentes de Jesús sobre del monoteísmo. Cuando un hombre se dirigió a Él como “Maestro Bueno”, Jesús respondió: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno es bueno sino sólo uno, Dios” (versión Reina Valera 1960).

Qué predicó la iglesia primitiva

Jesús comisionó a su iglesia a predicar el evangelio y a hacer discípulos en todas las naciones (Mateo 28:18-20). Esto involucró la predicación a los gentiles quienes vivían inmersos en el politeísmo.

Cuando Pablo y Bernabé predicaron y realizaron milagros en Listra, la reacción de la gente reflejó cuán inmersos estaban en el politeísmo: “Al ver lo que Pablo había hecho, la gente comenzó a gritar en el idioma de Licaonia: ¡Los dioses han tomado forma humana y han venido a visitarnos! A Bernabé lo llamaban Zeus y a Pablo Hermes, porque era el que dirigía la palabra. (Hechos 14:11-12). Hermes y Zeus eran dioses en el panteón griego. Tanto los panteones griegos como romanos eran bien conocidos en el mundo del Nuevo Testamento, y la adoración a estos dioses era algo común.

Pablo y Bernabé respondieron vigorosamente con el mensaje del monoteísmo: “Nosotros también somos hombres mortales como vosotros” (vers. 15).  Aún entonces, Pablo y Bernabé lograron difícilmente impedir que el pueblo les ofreciera sacrificios.

En Atenas, Pablo encontró muchos altares dedicados a honrar diferentes dioses, incluso uno con la inscripción “A UN DIOS DESCONOCIDO” (Hechos 17:23). Él utilizó ese altar como punto de partida para explicar a los ateneos acerca del verdadero y único Dios.

En Éfeso, la adoración a la diosa griega Artemisa era acompañada por la venta agresiva de ídolos. Luego que Pablo predicó acerca del único y verdadero Dios, el comercio de ídolos cayó. El platero Demetrio fue afectado económicamente. Él dijo a sus compañeros artesanos “Les consta además que el tal Pablo ha logrado persuadir a mucha gente, no sólo en Éfeso sino en casi toda la provincia de Asia. Él sostiene que no son dioses los que se hacen con las manos». (Hechos 19:26).

Este es otro caso de uno de los siervos de Dios predicando que dioses hechos de mano no son dioses. Así como el Antiguo, el Nuevo Testamento proclama un solo Dios. Los otros no lo son.

No hay otro Dios

A los cristianos en Corinto, Pablo les explicó claramente: “Sabemos que un ídolo no es absolutamente nada y que hay un solo Dios” (1 Corintios 8:4).

El Monoteísmo se enfatiza tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Dios escogió a Abraham, el padre de la fe, de entre una sociedad politeísta. Dios se reveló a sí mismo a Moisés y a Israel, y estableció el antiguo pactó basándolo únicamente en la adoración a Él, y solo a Él. Dios envió profetas a reiterar el mensaje del monoteísmo. Finalmente Jesucristo mismo reafirmó el monoteísmo. La iglesia del Nuevo Testamento que Jesús fundó continuó batallando contra la adoración que estaba muy alejada del verdadero monoteísmo.

La iglesia, desde los días del Nuevo Testamento en adelante, ha predicado consistentemente lo que Dios había revelado tiempo atrás: “El Señor nuestro Dios, el Señor Uno es”.

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