El día que Dios gustó la muerte por nosotros


                                                                                          por Pedro Rufián MesaPedro Rufián como en VV OCT-2013

 

Normalmente la inmensa mayoría de los cristianos en estos días recuerdan, de una forma u otra como murió Jesucristo, muchas veces quedándose solo en las meras escenas de la tradición de las procesiones de la Semana Santa, pero son menos los que buscan respuesta a las preguntas que nos trae a la mente su sacrificio de amor: ¿Por qué era necesario? ¿Por qué tuvo que suceder? ¿Qué sucedió con la muerte de Jesús y cómo comprendemos la hora más obscura en la historia del cosmos?

El inicio de la respuesta a esas preguntas es antes de todas las cosas, antes del tiempo y el espacio. Dios siempre es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y esto significa que Dios es fundamentalmente un ser relacional. Esto significa que la relación, la comunión siempre ha sido el centro del ser de Dios y siempre será.   La vida compartida del Padre, el Hijo y el Espíritu no es aburrida, ni triste ni sola. Es una vida de relación libre e intimidad movida por amor apasionado y desprendido y por la delicia mutua que rebosa alegría, creatividad infinita y bondad inconcebible.

Esa vida divina de unidad, amor y comunión rebosantes es el útero de la creación y la razón de la creación de todos los seres humanos.

Lirios 5

Jesús murió para resucitar y ascender. Ahora mismo un hombre está sentado a la derecha de Dios el Padre Todopoderoso. No fue un ángel o un fantasma lo que Esteban vio a derecha de Dios en el cielo: Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios. ‘¡Veo el cielo abierto’, exclamó, ‘y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios!’. Entonces ellos, gritando a voz en cuello, se taparon los oídos y todos a una se abalanzaron sobre él, lo sacaron a empellones fuera de la ciudad y comenzaron a apedrearlo. Los acusadores le encargaron sus mantos a un joven llamado Saulo” (Hechos 7: 55-58) . Vio a Jesús, al Hijo encarnado. ¿Qué podría ser más sorprendente que la noticia de que la misma comunión del Dios Unitrino se ha abierto y que ahora, y para siempre, incluye a un ser humano. No hay una noticia más sorprendente en el universo que la de que ahora existe un ser humano en el interior de la vida trinitaria de Dios.

¿Qué tiene esto que ver con la razón por y para la que tuvo que morir Jesús?

La decisión de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, fue desde antes de la fundación del mundo de incluirnos en la vida trinitaria a través de la ascensión. El apóstol Pablo lo registró así:  Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él. En amor  nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad” (Efesios 1:4-5).

Jesús no era un plan B por si Adán pecara. Cuando pensamos así olvidamos que Dios lo sabe todo desde antes del principio. Hay muchas personas que se hacen la pregunta ¿qué habría sucedido si Adán no hubiese pecado? Es una pregunta totalmente capciosa que no merece gastar ni un segundo en contestarla.  “Así que no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni tampoco de mí, que por su causa soy prisionero. Al contrario, tú también, con el poder de Dios, debes soportar sufrimientos por el evangelio.  Pues Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia. Nos concedió este favor en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo; y ahora lo ha revelado con la venida de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien destruyó la muerte y sacó a la luz la vida incorruptible mediante el evangelio” (1 Timoteo 1:8-10) .  

Así que primero es el Dios Unitrino en su hermosa, súper-abarcadora y desbordante relación de amor del Padre, el Hijo y el Espíritu, luego el sorprendente plan de nuestra adopción a través de la ascensión del Hijo encarnado de Dios. Y únicamente dentro de este contexto viene la creación del universo que prepara el escenario sobre el que se representará el drama del Dios unitrino y de nuestra adopción en Jesucristo.

No empezar la discusión teológica de la muerte de Jesús con el Dios Unitrino y su extravagante plan de nuestra adopción, inclusión, relación en su círculo eterno de amor y comunión; sino con la santidad de Dios, la ley, el fallo humano y el problema del pecado, traiciona totalmente el hecho de que hay otra realidad que la ley, y es el corazón rebosante de amor de Dios por los seres humanos desde la eternidad.

El propósito eterno del Dios Unitrino no era colocarnos bajo la ley y convertirnos en religiosos legalistas, sino el de incluirnos en su relación y darnos un lugar en su vida, relación y gozo compartidos.

Tierra vista desde el espacio

¿Qué podemos decir sobre la muerte de Jesús?

Que entraba dentro del sorprendente y gran plan del Dios unitrino para incluirnos en su círculo de vida eterna y amor. Él fue predestinado para ser el mediador entre Dios y la humanidad, aquel en quién nada menos que la vida trinitaria de Dios se uniría con la existencia humana. La realidad que guió la venida de Jesucristo y lo empujó hasta la cruz es la pasión incansable y determinada del Padre por adoptarnos como sus hijos amados. Él no nos abandonará. Por la mente de Dios nunca ha pasado la idea de olvidarse de su plan para nosotros. Jesús es la prueba.

La Biblia nos dice que Dios creó a Adán y a Eva como la cúspide de su creación física y les dio la increíble cualidad del libre albedrío, a su imagen y semejanza los creó para que fueran el objeto de su afecto personal y gran alegría. Fueron creados para andar con Dios, para participar en su obra. Pero escucharon y le dieron pábulo a la mentira de la serpiente. Y creer la mentira les llevó a desconfiar de Dios y al hacerlo abrieron la puerta para que el mal entrara en la buena creación de Dios y tomara posición en sus mentes y corazones.

La desconfianza e infidelidad de Adán y Eva introdujo obscuridad en la escena de la historia humana. Y con ella la soledad y el temor, el aislamiento, la culpa y la tristeza colonizaron la mente humana. Y allí tenemos a Adán y a Eva escondiéndose de la presencia de Dios cuando antes se paseaban con él en el frescor de la tarde. Ese aislamiento, culpa y tristeza engendraron la separación, la estrangulación, la frustración, la ira, la amargura, la envida, los celos, la lucha, la calumnia, la mentira y el asesinato que empezaron a adueñarse de la existencia humana.

¿Cuál fue la respuesta de Dios ante tal situación?

La respuesta del Padre, del Hijo y del Espíritu del lanzamiento de Adán y Eva a la ruina fue un «¡NO! ¿POR QUÉ?». La creación fluye de la rebosante relación y comunión de amor del Dios Unitrino, de la determinante decisión de compartir la vida unitrina con nosotros. Esa voluntad de Dios para nuestra bendición en Cristo, ese incondicional SÍ de Dios a nosotros se traduce en un intolerable ¡NO! ante la caída. Dios es por nosotros y por lo tanto totalmente opuesto, eterna y apasionadamente opuesto a nuestra destrucción. Si un padre natural se opone a la destrucción o a todo lo que le haga daño a su hijo ¡cuánto más de opondrá nuestro Padre celestial que nos ama sin medida!

Esa oposición, ese ¡NO! apasionado y determinado al desastre de la caída es la comprensión apropiada de la ira de Dios. Su ira no es lo opuesto al amor, es el amor de Dios en acción oponiéndose a todo aquello que está en contra de su plan para nosotros. Con la expulsión del Jardín del Edén de los primeros padres Dios está diciendo: «Esto no es aceptable. No os creé para que perezcáis en las tinieblas. Probar un poco el resultado de vuestra elección para que cuando mi Hijo Unigénito, Jesucristo, digáis más fácilmente sí a mi SÍ incondicional por vosotros”. Desde entonces el plan de la ascensión y de nuestra adopción en Cristo está sazonado con dolor, lágrimas y muerte

Algunos enseñan que el día de la caída de los primeros seres humanos, Dios el Padre se llenó de ira que exigía castigo incluso de que considerara el perdón. Y quieren que creamos que cuando Jesucristo colgaba en la cruz, la rabia y la ira del Padre fueron derramadas sobre él, en lugar de en nosotros. Pero eso significa que aceptamos que el Padre cambió por el pecado de Adán y Eva, y que su corazón se echó atrás con respecto a sus criaturas. Pero la Palabra de Dios nos dice muy claramente que Dios no cambia y que por eso no fuimos destruidos: “Yo, el SEÑOR, no cambio. Por eso vosotros, descendientes de Jacob, no habéis sido exterminados” (Malaquías 3:6). La caída de los primeros padres no cambió el amor de del Dios Unitrino por su creación.

¿Cómo iba a llevarse a cabo ahora el plan del Dios Unitrino para nuestra adopción en Jesucristo en el contexto de la caída que irradió sus consecuencias a toda la humanidad?

Jesucristo entró en la historia humana mirando a la ascensión pero el camino hasta ella, y a nuestra adopción, estaba ahora pavimentado con dolor, sufrimiento y muerte.

¿Cómo pasamos de la caída de Adán hasta la derecha de Dios el Padre Todopoderoso?

La única forma es a través de la muerte. La caída debe deshacerse. Adán debe convertirse totalmente a Dios. La existencia humana, rota, separada y pervertida debe ser radicalmente circuncidada, sistemáticamente recreada, total y profundamente transformada y llevada a una relación correcta con el Padre.

¿Por qué Jesucristo tuvo que morir? ¿Qué sucedió en su muerte?

Jesucristo murió porque el Padre no nos olvidó, porque el Padre tenía un plan para nosotros que no abandonaría porque el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu es inagotable e inextinguible. Y Jesús murió porque la única forma de ir de la caída de Adán a la derecha del Padre era a través de la crucifixión de la existencia adámica.

Jesucristo no fue a la cruz para cambiar y aplacar a Dios sino para cambiarnos. Jesucristo fue a la cruz para convertir la existencia caída adámica a su Padre, para eliminar nuestra separación a consecuencia del pecado, para poder llevar a cabo el plan de su Padre de nuestra adopción en su ascensión.

Con la encarnación la relación y comunión de amor y vida que es el Dios Unitrino estableció una cabeza de puente dentro de la separación humana. El fiel y amado Hijo Unigénito entró en el mundo caído de Adán para rescatarlo y sanarlo permaneciendo fiel y firme en amor al plan del Dios Unitrino.

Lo que vemos en el huerto de Getsemaní, donde Jesús cayó sobre su rostro, con el dolor y la sobrecogedora carga, la lucha, la pasión y la agonía, es una ventana a la vida de Cristo. Desde el momento de su nacimiento empezó a pagar el precio de nuestra liberación.  Y como afirma Pedro la crucifixión fue la máxima expresión de su amor por nuestra sanidad en su herida: “Él mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia. Por sus heridas fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24) .

En la cruz Jesucristo hizo contacto con el Jardín del Edén, contacto con Adán y Eva escondidos llenos de temor, contacto con su desconfianza e infidelidad a las que los había llevado la primera mentira y sus tinieblas. Allí el Hijo del Padre se lanzó libre y amorosamente al abismo más profundo de la separación, las tinieblas y la rotura humana. Se bautizó a sí mismo en las aguas de la caída de Adán.

Allí caminó en las últimas profundidades de nuestra separación, y esa fue la razón por la que en el momento de la soledad más profunda lanzó el grito que lanzó: “Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Allí el intolerable ¡NO! lanzado por Dios Padre a la caída de Adán, encontró su verdadero cumplimiento en el ¡SI! de Jesús: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, mientras daba el último paso en el desastre de Adán. Jesús murió, y la caída de Adán y todos nosotros, que la seguimos, morimos con él.

Hermanos y hermanas aquellos fueron los momentos más obscuros de todos en la historia del cosmos. Las tinieblas que habían infiltrado la historia humana y producido tal naufragio sobre la humanidad en aquel día y momento se encontraron con la luz del Dios Unitrino en Jesucristo en la cruz del Calvario. La luz había vencido a las tinieblas de la misma forma que al encender un interruptor eléctrico desaparecen la tinieblas en una habitación de nuestra casa. La luz y la vida del Dios Unitrino conquistaron las tinieblas y la misma muerte, en aquel mismo momento en la persona de nuestro bendito Señor Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios.

Qué tengáis una celebración de la Pascua del Nuevo Pacto en Cristo y de su Resurrección llenas de gozo, agradecimiento y renovación del compromiso de fidelidad a Dios y a la nueva vida que nos ha dado en su Hijo.

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