Vida en la Tierra: ¿Descubriendo la última frontera?
por Dennis Gordon
Puede que le sorprenda, pero los seres humanos no tenemos idea de cuantas especies de organismos comparten este planeta con nosotros.
Lo sé porque soy un taxonomista. Mi trabajo es descubrir, analizar y clasificar algunas de las criaturas vivientes de la tierra, en mi caso invertebrados marinos. Puede que no sea lo más atractivo para algunos, pero a mí me cautiva mi trabajo. También creo que es importante, porque «ciertas medidas son cruciales para nuestra comprensión elemental del universo. Por ejemplo, ¿cuál es el diámetro mayor de la tierra? Es de 12.742 kilómetros.
¿Cuántas estrellas hay en la Vía Láctea? Aproximadamente 1011. ¿Cuántos genes hay en una pequeña partícula de un virus? Hay 10 (en Φ x 174 bacteriófagos). ¿Cuál es la masa de un electrón? Es 9,1 x 10-28 gramos. ¿Cuántas especies de organismos hay en la Tierra? No lo sabemos, ni aun de forma aproximada» (1).
Esta sorprendente afirmación fue hecha en 1985 por el más importante defensor de la biodiversidad del planeta, el profesor Edward O. Wilson de la Universidad de Harvard. Treinta años después no estamos más próximos a la respuesta.
«Biodiversidad» es la fusión de las palabras diversidad y biológica. Es casi una nueva palabra, con tan sólo alrededor de una década y que no está todavía en algunos diccionarios. Sin embargo, aparece en los títulos de varios libros importantes cada año y en numerosos estudios científicos. Un estadístico hizo una investigación del término en Internet y encontró más de 43.000 entradas, solo 2.000 menos que para Madonna (2).
La biodiversidad engloba toda la sorprendente variedad de seres vivientes en este planeta. Fue el tema de la Convención Biológica que entró en vigor el 29 de diciembre de 1993, después de la Convención Mundial de Río de Janeiro en 1992. Desde entonces la mayoría de las naciones del mundo han firmado la Convención, que ahora labora para que los gobiernos del mundo vayan reconociendo la necesidad de acelerar la tarea de inventariar y clasificar la biodiversidad de la Tierra. ¿Por qué importa tanto?
¿Por qué molestarse?
La necesidad de reconocer y nombrar los animales y plantas con los que tenemos contacto es tan vieja como la especie humana, a juzgar por las muestras de arte en rocas, en huesos, en conchas, en semillas y polen que se han encontrado en asociación con restos de seres humanos. La Biblia, en el segundo capítulo de Génesis, registra a Dios trayendo a animales delante de Adán para que los nombrara. De generación en generación, clasificaciones populares han dividido a los animales y las plantas de acuerdo a que fuesen comestibles, medicinales o venenosas, o útiles para fibras y otros materiales para usos diversos y construcciones.
Nuestro deseo moderno de información en todas estas categorías no ha disminuido. De hecho, requiere mayor precisión en taxonomía y biosistemática, las ciencias de nombrar los organismos y clasificarlos en un sistema. Por ejemplo, ingentes cantidades de dinero se gastan anualmente en la investigación mundial en búsqueda y desarrollo de nuevos agentes antivirales, anticancerígenos, biodegradables y cosméticos procedentes de plantas, animales marinos y microorganismos. A pesar de esas grandes sumas se gasta comparativamente poco en investigación mundial taxonómica, de forma que la necesidad de información sobre la biodiversidad supera la capacidad de los taxonomistas para mantener el ritmo con el que se descubren nuevas especies.
O para decirlo en términos corrientes, ¡estamos muy atrasados en nuestros archivos!
Vida maravillosa
Cualquier taxonomista le dirá que la era de los descubrimientos no ha acabado en forma alguna. Como especie hemos descubierto cada continente, cadena montañosa, lago y río; y aunque hemos barrido en detalle grandes partes del suelo marino y aun la luna y los planetas más cercanos, el descubrimiento de nuevas formas de vida en la Tierra parece casi inagotable. No estoy exagerando, aproximadamente 1.750.000 especies vivas han sido formalmente descubiertas desde el 1753 y el 1758, años en los que se empezó a nombrar a las plantas y los animales respectivamente. Esto es, cuando el naturalista sueco Carl von Linné, (o Carolus Linnaeus siguiendo la latinización de su nombre). Publicó obras recogiendo los nombres biológicos de acuerdo a su sistema binomial, usando solo dos nombres en latín. Conocidos ahora como género y especie. Ni siquiera hay un catálogo que contenga todas las especies de vida conocidas. Se estima que las especies que restan por nombrar y describir van de 10 a más de 100 millones. En la actualidad unas 13.000 nuevas especies son formalmente descritas cada año. A este ritmo, si tomamos 13 millones, como una estimación razonable, del número de especies por ser descritas todavía (3), todos los taxanomistas del mundo tardarían ¡un milenio en completar la tarea!
Especies en peligro
Puede haber entre 20.000 y 30.000 biosistemáticos en el mundo, pero el número regular y activamente involucrado en la descripción de las especies recientemente descubiertas es tan solo de unos 7.000. Están basados principalmente en Europa y Norteamérica (4). Estos especialistas tienen mayoritariamente más de 45 años y el número de nuevos profesionales ha declinado en forma alarmante. Los taxonomistas bromean, diciendo con alguna tristeza, que ellos mismos se han convertido en una especie en vías de extinción.
La taxonomía provee más de una base. Es el fundamento de las ciencias de la vida, desde nombrar a las nuevas especies y variedades hasta la incorporación de todo el conocimiento biológico sobre un sistema. Dudaríamos que fuese necesario conocer todas y cada una de las especies con las que compartimos el planeta, pero sería útil ser capaces de reconocer tantas como podamos. Permítame explicar porqué.
Los ecosistemas, las relaciones ecológicas y el impacto de las actividades humanas no se pueden estudiar científicamente al menos que podamos identificar los organismos claves afectados. Por lo tanto la taxonomía es fundamental para la agricultura, la horticultura, los bosques, la pesca, para la búsqueda de nuevos elementos bioquímicos; aun en aspectos de estudios forenses y arqueológicos. Hoy, hay acuerdos entre gobiernos sobre la necesidad del «uso sostenible» de los sistemas ecológicos en la tierra y el mar y con respecto a los bienes y servicios que estos proveen. Pero sin el conocimiento fundamental de los organismos en los ecosistemas, su identidad, distribución e interacciones, el uso y la sosteniblidad se quedarían solo en buenas esperanzas.
Lo que es especialmente alarmante es la acelerada pérdida de la biodiversidad por el impacto humano. Siendo claro, estamos destruyendo especies más rápidamente de lo que podemos descubrirlas y catalogarlas. ¿Cuántos alimentos, flores, productos, materiales y medicinas dejarán de ser conocidos?
Vida al borde del precipicio
La tierra ha experimentado cinco extinciones masivas en los últimos 500 millones de años. Fueron causadas por sucesos terrestres y extraterrestres. Ahora estamos en medio de la sexta extinción masiva, aunque esta vez hay especies que están desapareciendo en cuestión de décadas en lugar de en miles o millones de años (5). Se estima que estamos perdiendo entre 4.000 y 40.000 especies por año sólo en los bosques tropicales (6). Aunque la tierra se recuperó de las extinciones previas, necesitó de 20 a 100 millones de años para hacerlo. Esta sexta extinción masiva está siendo causada por los humanos. Estamos esquilmando los recursos naturales, destruyendo y degradando los hábitats de animales y plantas, introduciendo especies foráneas en nuevos medios, degradando y contaminando el medio con substancias tóxicas y aun cambiando el clima global. Los seres humanos somos como el proverbial elefante en una tienda de porcelana, y no hemos inventariado y valorado todavía las existencias.
Estamos entrando a mansalva en casi cada organismo que usted pueda nombrar, corales, almejas, gusanos, coleópteros, estrellas de mar, peces, pájaros, hongos, algas, líquenes, palmeras, orquídeas, ¡vida maravillosa, pero vida al borde del precipicio!
Regla dorada
¿Tenemos derecho a hacer esto? ¿Hay alguna ética que nosotros los humanos deberíamos de haber aplicado en nuestra relación con las otras especies que comparten el planeta con nosotros? El biólogo evolucionista y paleontólogo, Stephen Jay Gould de la Universidad de Harvard, ha sugerido una. Es nada menos que la «regla dorada» de Jesucristo. Él ha escrito: «Si todos tratamos a los demás como queremos se nos trate, entonces la decencia y estabilidad tendrían que prevalecer. Yo sugiero que pongamos en acción semejante pacto con nuestro planeta. Él tiene todas las cartas y tiene un inmenso poder sobre nosotros. Si lo tratamos con delicadeza, nos sostendrá todavía. Si lo aplastamos, sangrará, nos expulsará, se protegerá y mirará solo por sus intereses a nivel planetario» (7).
Es verdad, Gould escribe también, que los seres humanos «no somos administradores de nada» y que pensar que lo somos es un pecado de orgullo y exagerada vanidad. El hecho es que no tenemos opción sino ser administradores, nuestros atributos mentales como especie nos confieren esa responsabilidad. La Biblia, en Génesis 1 afirma este hecho evidente, que estamos capacitados para tener «dominio» sobre otras especies. Sin embargo, es bíblicamente infantil concluir por ello que el gobierno sobre la naturaleza justifica una actitud de explotación de la misma.
Génesis 2 muestra un papel administrador para los seres humanos, ya que Dios instruye al hombre que mantenga el jardín. En alguna forma, este es un papel que Dios nos cede pues se nos describe como hechos a la imagen de Dios. Y, ¿cómo actúa Dios con la creación que él ama? «Visitas la tierra y la riegas; en gran manera la enriqueces …Los pastizales del desierto fluyen abundancia, y las colinas se ciñen de alegría» (Salmos 65:9,12).
Y mire esta descripción de la relación de Dios, la humanidad y la naturaleza del salmo 104: «Tú eres el que vierte los manantiales en los arroyos; corren entre las colinas. Dan de beber a todos los animales del campo; los asnos monteses mitigan su sed. Junto a ellos habitan las aves del cielo, y trinan entre las ramas. Tú das de beber a las montañas desde tus altas moradas; del fruto de tus obras se sacia la tierra. Haces producir el pasto para los animales y la vegetación para el servicio del hombre, a fin de sacar de la tierra el alimento: el vino que alegra el corazón del hombre, el aceite que hace lucir su rostro, y el pan que sustenta su corazón. ¡Cuán numerosas son tus obras, oh Señor! A todas las hiciste con sabiduría; la tierra está llena de tus criaturas».
Esta es una gozosa evocación de la biodiversidad terrestre y acuática del Mediterráneo oriental; plantas, herbívoros, carnívoros y humanos con Dios sosteniéndolos a todos. Los seres humanos son parte natural de ese medio. Se muestran cultivando la tierra y navegando sobre la mar pero no hay indicación alguna de violación.
¿Qué salmo habría escrito un indio de la Amazonia sobre su rica biodiversidad?
¿Ama a la naturaleza como a ti mismo?
En el Nuevo Testamento, Jesús describió a Dios vistiendo el medio con flores silvestres y alimentando a los pájaros. También se muestra a Dios estando al tanto de la biodiversidad notando la muerte de un gorrión. Nosotros los humanos somos llamados a emular la semejanza de Dios hecha por Jesucristo quien, de acuerdo al majestuoso himno del apóstol Pablo en Colosenses 1:15-20, creó todas las cosas. Esa semejanza a Dios incluye cuidar amorosamente de la creación. El reinado divino es, preeminentemente, un reinado de servicio administrado con preocupación por los súbditos. La naturaleza humana es la enemiga del medio, no una comprensión bíblica de quienes somos en relación con Dios y con el resto de la creación.
¿Es sobrepasar el espíritu y la intención de la regla dorada abrazar a las otras especies en este planeta? Sé que existe el peligro de llevar esto demasiado lejos y convertirse en un desequilibrado o aun en un fanático. Obviamente tenemos que cultivar. No deberemos de considerar a otras especies con tanta igualdad que tengamos que dejar de comer. Tiene que ver con una actitud mental. O consideramos las otras especies con la admiración y el respeto apropiado a la creación de Dios, o lo haremos con un desprecio total. La última perspectiva cosechará inevitables y dolorosas consecuencias («cuando un miembro sufre todo el cuerpo sufre»), y muy pronto.
Edward Wilson ha sugerido un plan de acción de 5 puntos: 1. Supervisar la fauna y la flora del mundo; 2. crear riqueza por medio de los productos biológicos (medicinas, alimentos y otros materiales); 3. Promover un desarrollo sostenible; 4. salvar lo que queda de la diversidad biológica y 5. regenerar las regiones que han sido sobreexplotadas y abandonadas (8). Este es un buen consejo y, sin duda, algo que todos los cristianos deberían apoyar.
Megadiversidad
Riqueza biológica
¿Cómo mide usted la riqueza? Si se usa como medida la biodiversidad o número de especies, entonces solo 17 naciones, de las más de 200 del mundo, tienen las tres cuartas partes de todas las especies de vida conocidas. Nombradas las naciones B-17, estos países megadiversos son superestrellas de la biodiversidad. En orden de riqueza biológica son: Brasil, Colombia, Indonesia, China, México, África del Sur, Venezuela, Ecuador, Perú, Estados Unidos, Papua Nueva Guinea, India, Australia, Malasia, Madagascar, Congo (RDC) y Filipinas. La mayoría de estos países son grandes, pero varios, tales como Ecuador, Madagascar y Filipinas, contienen una gran diversidad en territorios relativamente pequeños. Sin duda que tienen una enorme responsabilidad, cerca del 80 por ciento de la biodiversidad del mundo que está más en peligro se encuentra dentro de los países megadiversos. Al mismo tiempo, ellos pueden considerar esa biodiversidad como uno de sus más importantes activos económicos a largo plazo. Es alentador que la megadiversidad haya sido ya una fuente de orgullo, y un punto en las campañas de un buen número de los países B-17, con gobernantes de alto rango, hasta el nivel de Jefe de Estado, incorporando el concepto en su vocabulario.
Para más información consultar Megadiversidad: Las naciones biologicamente más ricas de la Tierra por Russell Mittermeier y Patricio Robles Gil, publicado por Conservation International/CEMEX, 1997. También en: http://www.conservation.org/web/fieldact/megadiv/megadiv.htm
El Dr. Dennis P. Gordon dirige un programa de biodiversidad en el Instituto Crown de Investigación en Nueva Zelanda. También es miembro de la Sociedad de científicos ordenados que radicada en el Reino Unido.
Referencias:
(1) Wilson, E. O. 1985: La crisis de la diversidad biológica: un desafío para la ciencia. Science & Technology 11:20-29.
(2) Pimm, S. L. 1998: Biodiversidad como un todo. Quarterly Review of Biology 73:51-54
(3) Heywood, V. H. (Ed.) 1995: Global Biodiversity Assessment. Cambridge University Press for UNEP, Cambridge. Pág. 5.
(4) Ibid. Pág. 550.
(5) Centro para la Biodiversidad y la Conservación, 1997: Biodiversity and Human Health: A Guide for Policymakers. Museo Américano de Historia Natural, Nueva York.
(6) Ehrlich, P. R.; Wilson, E.O. 1991: Estudios de biodiversidad: ciencia y política. Science 253:758-762.
(7) Gould, S. J. 1990: La regla dorada: una escala apropiada para la crisis de nuestro medio. Natural History 9(9):24-30.
(8) Wilson, E. O. 1992: La diversidad de la vida. Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts.
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