Abrazando nuestra verdadera identidad
Abrazando nuestra verdadera identidad
Fue publicado por primera vez en el GCI Weekly Update el 18 de Febrero de 2015, en From the President
En nuestro mundo altamente tecnológico todo lo que se necesita para falsificar un documento nacional de identidad (DNI) es algún papel fotográfico, un par de láminas plásticas y la habilidad para usar programas para retocar fotografías.
LiveScience.com preguntó a 1.000 estudiantes de universidad en los Estados Unidos y descubrió que dos tercios habían falsificado su documentos de identidad. Típicamente usados para poder entrar a clubes de baile y a bares. Mientras estos estudiantes pretenden ser alguien que en realidad no son para divertirse, muchas personas en nuestro mundo sufren el dolor y la frustración continuos de una crisis de identidad más profunda.
Escribiendo sobre esta crisis, Henri Nouwen señaló que para la mayoría de las personas, la identidad es una función de tres factores: lo que hacen, lo que otros dicen sobre ellas y lo que poseen. Cuando les va bien, se sienten bien acerca de sí mismas. Pero cuando les va mal, se sienten mal. Cuando el apóstol Pablo se valoró a si mismo por su propia actuación declaró esto: “Miserable de mí!” (Romanos 7:24). Afortunadamente Pablo aprendió que su propia identidad residía en Cristo, no en su propia actuación basada en guardar la ley.
Ascensión por John Singleton Copley (1775). Wikimedia Commons: Dominio Público |
Cuando nuestra identidad está enraizada en los factores mencionados por Nouwen, muestras emociones se mostrarán en toda su extensión. Cuando seamos afirmados nos sentiremos bien. Pero cuando las personas hablen mal de nosotros seremos devastados. Esto es especialmente verdad cuando las personas hablan en forma religiosa, con afirmaciones como estas: “No eres conocido por Dios, ni perdonado, ni merecedor, ni importante, ni amado”. Tales afirmaciones hacen que nos cuestionemos nuestro valor y pueden llevar a una identidad propia que esté enraizada en la vergüenza e incluso en el engreimiento.
Desgraciadamente, la mayoría de la humanidad vive bajo la carga terrible de una identidad miserablemente errada. ¿Por qué? Porque no conocen a Jesús el Hijo de Dios e hijo del hombre encarnado, crucificado y ascendido. Sin saber que son hijos amados de Dios en unión con Cristo, piensan que son autosuficientes y deben abrirse su propio camino. Pero una identidad desconectada de la verdad sobre la humanidad en Cristo, es una errada que eventualmente lleva a la frustración y el dolor.
Lo que las personas necesitan es escuchar el mensaje proclamado por los ángeles a los pastores en la noche del nacimiento de Jesús: “No tengáis miedo; porque he aquí os traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo”. Esas noticias llegaban con una maravillosa promesa: “En la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad” (Lucas 2: 10-14). Sí, hay alegría y paz al saber que Dios envió a su Hijo para convertirse en uno de nosotros, para que hablara nuestra lengua, sintiera nuestro dolor, y nos mostrara que Dios nos perdona sin importar lo hayamos hecho. Incluso cuando tratamos de alejarnos de él, o actuar como si no estuviera, o rechazar su ayuda, Dios permanece nuestro Padre amoroso, nuestro Abba. Esa buena noticia de la gracia de Dios define nuestra verdadera identidad como hijos amados de Dios. Es una buena noticia que necesita ser compartida con otros, de hecho, hacer eso es nuestra misión.
La realidad del amor y la gracia de Dios no significa que Dios se ha tapado los ojos ante el mal. No, Dios odia el mal porque hiere a sus hijos. El mal destruye la relación correcta con Dios y promueve las mentiras sobre su naturaleza y carácter. En Jesús, Dios lidió decisivamente con el mal, cargando sobre sí mismo el sufrimiento que produce, mostrando que solo él tiene el derecho de perdonar los pecados. En Cristo, es demolida la barrera entre Dios y la humanidad, causada por el mal. Esta verdad nos llama a vivir a la luz de quién es Dios y de quiénes somos nosotros en relación con él. Sí, podemos regresar a una identidad falsa si eso es lo que queremos pero, ¿quién querría eso?
La Escritura es clara: Estábamos muertos pero volvimos a la vida; estábamos perdidos pero fuimos hallados (Lucas 15:24). Estábamos muertos en pecado pero ahora estamos vivos para Dios en Cristo (Romanos 6:11). Estábamos en tinieblas pero ahora la luz de Cristo ha disipado las tinieblas (2 Pedro 1:19). Recordad las palabras de Pablo a la iglesia en Corinto:
“Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios os exhortara por medio de nosotros: «En nombre de Cristo os rogamos que os reconciliéis con Dios». Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios”. (2 Corinthians 5:17-21).
Desde la perspectiva de Dios, el cambio sorprendente de “fuera de Cristo” (muerte) a “en Cristo” (vivo) se llevó a cabo en un instante. Pero para nosotros es, a menudo, un largo viaje de despertar a esta realidad sorprendente. Puede tardar tiempo el abrazar totalmente la verdad de nuestra verdadera identidad en Cristo. Esa identidad no está en función de lo que hacemos, de lo que otros dicen sobre nosotros, o de lo que poseemos. Nuestra verdadera identidad está en Cristo, en nuestro compartir en quién es él y en lo que él ha hecho. Está también basada en lo que Cristo continua haciendo, en su ministerio continuo por medio del que administra a los pecadores el amor y la gracia inmerecidas e incondicionales de Dios. Lo que el Padre le dijo a Jesús en su bautismo, nos lo dice ahora a nosotros: “Éste es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él” (Mateo 3:17). Ese amado es tu verdadera identidad. ¡Abrázala!
Viviendo en mi verdadera identidad,
Joseph Tkach
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