Buenas noticias: ¡Dios está contento contigo!
Publicado por primera vez en el GCI Weekly Update del 5 de Agosto de 2015 en From the President
por Joseph Tkach
Recientemente he visto una viñeta de Peanuts en la que Charlie Brown, hablando con Lucy, se pregunta si Dios está contento con él. Cuando le pregunta a Lucy si se ha preguntado alguna vez lo mismo, ella le contesta: “¡Él tiene que ESTARLO!” ¿Chistoso? Si, pero toca un tema profundo con el que todos nos identificamos, porque todos buscamos afirmación. Hasta cierto punto está bien. Dios nos creó como seres relacionales y es natural buscar la afirmación de otros. Pero ese deseo se convierte en un problema cuando la afirmación se busca sin saber que Dios, que sabe quienes somos verdaderamente y en lo que nos estamos convirtiendo, está contento con nosotros ya.
Para aquellos que no están seguros con esta verdad del evangelio, les recomiendo que lean The Mediation of Christ-La Mediación de Cristo, por Thomas F. Torrance. Proclama poderosamente un principio pastoral vital: Porque el evangelio es siempre No ya yo, sino Cristo, debemos de evitar hundir a las personas en sí mismas. Actuamos en contra de ese principio cuando nuestra predicación y enseñanza lleva a las personas a su naturaleza pecaminosa, o impone largas listas de cosas que deben hacer para contentar a Dios. Hacerlo así tiende a centrar a las personas en sí mismas en lugar de en Cristo. Pero la verdad del evangelio es que somos lo que somos, y lo que nos estamos convirtiendo, no separados de Cristo, sino en Cristo. De hecho, no somos separados de Cristo. Todo lo que fue nuestro lo ha hecho suyo, para que todo lo que es suyo ahora sea nuestro en él. Pablo lo dice así:
”Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que aunque era rico, por causa de vosotros se hizo pobre, para que mediante su pobreza vosotros llegarais a ser ricos” (2 Corintios 8:9).
La Mediación de Cristo nos ayuda a entender la buena noticia de que Dios está verdaderamente contento con nosotros. Esto es importante conocerlo en un mundo lleno de tantas malas noticias: Los valores de las acciones en la bolsa china se están hundiendo, se queda colgado el sistema informático de Wall Street y de United Airlines, Grecia al borde la banca rota, ISIS ejecutando a miles de personas. Viendo todas estas malas noticias, algunos concluyen erradamente que Dios está causando, o al menos permitiendo estas cosas por su odio al pecado. Aunque es verdad que Dios odia el pecado, no es por la razón que muchos suponen. La verdad es que el pecado y el mal no sorprenden a Dios, y no pueden torcer el plan que él está llevando a cabo en el universo. Dios odia el pecado porque daña e hiere a su creación; causa dolor y sufrimiento, y esa no es la voluntad de Dios.
Cuando Dios creó el universo, lo declaró bueno, incluso muy bueno (Génesis 1:25, 27, 31). Pero, ¿cómo podía Dios decir eso conociendo que la creación llegaría a estar tan rota y enferma? Las Escrituras, cuando se comprenden correctamente, nos dicen que el pecado y el mal entraron en el mundo como la ausencia y el alejamiento de lo que debía de ser. El pecado y el mal son una corrupción de la buena creación de Dios, y Dios no es la fuente de los mismos, son las criaturas que él creó, y todos nosotros somos culpables. Sin embargo, Dios tiene buenas noticias para nosotros, el pecado y el mal no cambian su amor por sus criaturas, incluyendo a los seres humanos creados a su misma imagen.
Dios no fue cogido por sorpresa cuando en nuestro orgullo y arrogancia nos rebelamos contra él. Junto con su creación muy buena, Dios tenía un plan muy bueno para asegurarse que su propósito para la creación sobreviviría incluso a los males más grandes que los humanos pudieran imaginar. Esa es la razón por la que Juan escribió sobre “el Cordero que fue inmolado desde la fundación del mundo” (Apocalipsis 13:8). El plan de Dios no fue algo improvisado, ni un plan de emergencia. Dios creó a la humanidad para que esté en relación con él y nuestros fracasos no eran una sorpresa ni un impedimento para que sea así. Lo contrario es la verdad: El plan de Dios es lo que impide que este no se lleve a cabo.
A pesar de lo que hacemos, o cuanto mal hay en el mundo, Jesús es suficiente. Él es el Hijo de Dios que en la Encarnación asumió todo nuestro pecado, todo sin pecar. En su pureza, especialmente en la cruz, condenó el pecado en la carne para la salvación de toda la humanidad. Esa, queridos hermanos y hermanas, es la buena noticia del evangelio, que, como Pablo escribió a la iglesia en Colosas, nos habla de la supremacía de Jesús, quien es el verdadero centro del plan de Dios:
“Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él. Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente. Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo el primero. Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz.
En otro tiempo vosotros, por vuestra actitud y vuestras malas acciones, estabais alejados de Dios y erais sus enemigos. Pero ahora Dios, a fin de presentaros santos, intachables e irreprochables delante de él, os ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte, con tal de que os mantengáis firmes en la fe, bien cimentados y estables, sin abandonar la esperanza que ofrece el evangelio. Éste es el evangelio que vosotros oísteis y que ha sido proclamado en toda la creación debajo del cielo, y del que yo, Pablo, he llegado a ser servidor” (Colosenses 1:15-23).
Explicando quien es Dios, Torrance nos recuerda que Dios nunca se arrepiente de ser amor. Su amor es siempre y en todo incondicional:
El juicio de Dios del pecador es su amor por él, que resiste su pecado… El darse totalmente del Dios que se afirma a sí mismo en el amor no es, ni puede ser el juicio de su amor sobre el pecador. Él no retira su amor del pecador, porque Dios no puede cesar de ser el Dios que ama, y lo hace sin reservas e incondicionalmente (The Christian Doctrine of God, One Being Three Persons,-La Doctrina Cristiana de Dios, Un Ser Tres Personas Pág. 246).
Sí, Dios se opone implacablemente al pecado porque él no se deleita viendo a su creación degradada. Sin embargo el pecado y el mal no disminuyen el amor de Dios por nosotros. Nota lo que Dios dice por medio de Ezequiel: “Yo no quiero la muerte de nadie. ¡Convertíos, y viviréis! Lo afirma elSeñor omnipotente” (Ezequiel 18:32).
Al decir que Dios está contento con nosotros ya, no estamos siendo antinomialistas, no siendo “ligeros con el pecado”. En La Doctrina de Jesucristo, Torrance enseña que el pecado es una contradicción en el corazón y, en la base de la existencia humana, una corrupción de nuestra existencia y una desintegración de nuestro mismo ser en relación a Dios. Dios, que ha garantizado que el mal no tiene futuro, en misericordia corta y quema el pecado en nosotros, condenándolo al infierno, y rescatándonos para la vida eterna con él. Dios hizo eso posible en Jesús donde morimos con él bajo el juicio de Dios, su NO contra el pecado, incluyendo el pecado dentro de nosotros. Con Cristo somos rescatados y resucitados a novedad devida. El amor de Dios por nosotros, por lo tanto, no está basado en nuestras obras, buenas o malas. No, Dios está infinitamente contento con nosotros, no por lo que hacemos sino por lo que somos como sus hijos y por lo que él puede hacer en y a través de nosotros en relación y comunión con él.
Permitirme compartir una cita más de Tom Torrance en The Mediation of Christ-La Mediación de Cristo:
Dios te ama tan total y completamente que se ha dado a sí mismo por ti en Jesucristo, su amado Hijo, y por lo tanto ha comprometido su mismo ser como Dios por tu salvación. En Jesucristo Dios ha hecho realidad su amor incondicional por ti, en tu naturaleza humana, de tal forma, y una vez por todas, que no puede echarse atrás sin deshacer la Encarnación y la Cruz, y por lo tanto negarse a sí mismo. Jesucristo murió por ti precisamente porque eres pecador y totalmente incapaz de merecerlo, y por lo tanto te ha hecho ya suyo antes y al margen de que hubieses creído en él. Por su amor te ha ligado a sí mismo de una forma que él nunca te dejará ir, porque incluso si lo rechazas y te condenas a ti mismo al infierno su amor nunca cesará. Por lo tanto, arrepiéntete y cree en Jesucristo como tu Señor y Salvador (Pág. 94).
Incluso nuestro arrepentimiento individual es imperfecto, y nuestro Salvador actúa en nuestro lugar en eso también. A través de su gracia, estamos “escondidos con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3). Eso significa que cuando Dios nos mira, no ve nuestros pecados, ve la perfección de su Hijo, una perfección que él está construyendo en nosotros por el Espíritu Santo y que será completada al otro lado de nuestra muerte, en Cristo Jesús. A Dios le complace revelar a su Hijo en nosotros (Gálatas 1:15-16). Más aún, Dios ve el principio desde el final y a él le encanta un buen final más de lo que nosotros pensamos.
Sí, Dios está contento contigo ya porque le perteneces a él en Jesucristo.
¡Sintiendo su complacencia mientras proclamamos las buenas noticias!
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