¿Cómo de grande es el infierno?

Publicado por vez primera el 12 Noviembre de 2014 en From the President

                                                                            por Joseph TkachjoeandtammyTkach

                                                                                                     Al menos que mi esposa vuele conmigo, nunca sé quién se sentará a mi lado. Muchos parece que no desean mucha conversación, especialmente después de que me ha preguntado: “¿Y qué hace usted? Si digo que soy un pastor, a menudo hacen un comentario amable mientas se ponen sus auriculares o abren un libro para leer. Si digo que superviso trabajo misionero, entonces hay un poco más de conversación. Sin embargo, en un vuelo reciente, después de los intercambios iniciales de cortesía, mi compañero de fila hizo una pausa y luego me preguntó: “¿Cómo de grande cree usted que es el infierno?”.

A medida que hablamos se hizo evidente que el estaba preguntándose cuántas personas están ahora en el infierno y cuatas irán allí. ¿Será el infierno más grande de lo que imaginamos y el cielo más pequeño? Es interesante notar que no preguntó por mi definición del infierno, o qué dice la Biblia sobre el mismo. Él solo quería saber como de grande es.

Bromeé con él y le pregunté si estaba familiarizado con las descripciones de Dante del infierno. Dijo que no. Yo le comenté: “Bueno, lo describe como si el infierno estuviera ya lleno”. Proseguí a explicarle que parece que este tema sufre de más desinformación de la que nos damos cuenta.

Infierno de Dante Aguilieri

El Infierno de Dante por Bartolomeo Di Fruosino (Wikimedia Commons)

La mayoría se sorprende a saber que la iglesia primitiva no dogmatizaba sobre el tema del infierno, ni había un punto de vista singular acerca del mismo. De hecho, el infierno no se menciona ni en el Credo de los Apóstoles, ni en el de Nicea. Quizás era así porque los padres de la iglesia primitiva se dieron cuenta que los seres humanos no están cualificados para juzgar asuntos de consecuencias eternas, solo Jesucristo lo está, ¡una buena conclusión sin duda!

Si tomamos a Jesús en serio cuando enseña sobre la misericordia, deberíamos de tomarlo también en serio cuando habla sobre el castigo. Después de todo, la misericordia tiene significado solo si escapamos de un castigo real. Jesús usó una variedad de imágenes para referirse el castigo de aquellos que rechazan la misericordia amorosa de Dios: el fuego, las tinieblas, el dolor y la destrucción. Jesús está describiendo el resultado de una vida de resistencia perpetua al amor de Dios. Sea lo que sea el infierno, es un estado de separación de Dios para aquellos que rechazan su amor, gracia y misericordia incondicionales. Sin embargo, esto no significa que es Dios el que aplica el dolor y la angustia. No es el equivalente a los padres que le pegan o maltratan a sus hijos.

Trágicamente, la percepción errada, bastante común, de Dios aplicando el dolor surge de un punto de vista falso de su naturaleza. Ignoran la relación eternal entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, que es vivida en la vida de Jesús. Pasa por alto el punto de la clase de humildad de Dios, que se expresa en la mutua deferencia propia por el bien del otro. Debemos de tener siempre en mente que Jesús dijo que él vino para dar a conocer al Padre (Mateo 11:27; Juan 17:25-26). Y que el Espíritu Santo fue enviado para dar a conocer la misión de Jesús (Hebreos 10:15-16). Jesús enseñó que cuando viniera el Espíritu no daría testimonio de sí mismo sino de Cristo (Juan 15:26). Vemos ese amor mutuo, reciproco, en la enseñanza de Jesús sobre su propósito para venir a la tierra, diciendo que él no vino para condenar al mundo sino para salvarlo o rescatarlo (Juan 3:17).

Incluso más trágico, muchas personas ven a Dios como si fuera un maniaco depresivo, o tuviera el desorden de personalidad múltiple. Batallan con la idea de que, por un lado, Dios es un ser de ira, y luego, por otro, él es un Dios de amor. Algunos van tan lejos como para decir que el Padre es ira, pero que Jesús vino a traer amor. Pero si Jesús es “la imagen misma” del Padre no podemos separar la naturaleza del Padre de la del Hijo, o la naturaleza del Hijo de la del Padre (Hebreos 1:3). Lo mismo es verdad del Espíritu.

En lugar de ver a Dios de esa forma inconsistente y compartimentada, es vital darnos cuenta de que la ira y el amor son dos aspectos de un único atributo que es el carácter fundamental de Dios. Nuestra discusión de Dios es precisa solo cuando está basada en la realidad de Jesucristo. Él vino del Padre para darlo a conocer. Y lo que vemos en su vida y ministerio, incluyendo la cruz, es que el amor y la ira de Dios no están finalmente separados.

En la cruz, el amor de Dios en Cristo es claramente real, pero también lo es en su odio al pecado. No es que Dios ame a los elegidos y odie a los reprobados, sino que ama a todos, pero odia el pecado en nuestras vidas. Por lo tanto debemos de pensar del infierno de la misma forma en la que pensamos en el cielo, relacionando a ambos con el amor de Dios en Cristo. Dios nos dice que amemos a nuestros enemigos y él no hace menos. Porque nos ama, esta en contra de todo lo está en contra de nosotros, de todo lo que nos daña, nos hiere y arruina nuestras relaciones con él y con los otros. Algo menos que eso no sería amar. El pecado en nosotros es el objeto de la ira de Dios porque somos el objeto de su amor.

En la cruz vemos que la ira de Dios se manifestó en contra del pecado humano, la culpa y la separación. Allí se le dio muerte literalmente al pecado. Y es de una indescriptible importancia ver que Cristo asumió nuestra humanidad rota y enferma, regresándola a Dios y tomando sobre sí mismo el juicio contra nuestro pecado y nuestra culpa. Como resultado fuimos rescatados de nuestro pecado, mientras nuestro pecado fue condenado y expulsado. El castigo debido al pecado fue (nota el tiempo verbal) pagado en la cruz y no toma lugar en el infierno.

El teólogo sistemático, Colin Gunton, usa una analogía interesante para comprender el amor de Dios en la cruz. Lo iguala al cosmos sufriendo un cáncer mortal y Jesús tomando todo ese cáncer en su ser para sanarlo. Su punto es que en la cruz vemos el juicio de Dios en contra del mal y el amor de Dios por los pecadores. Puesto que Dios ama a los pecadores, nuestra comprensión del infierno debe incluir el juicio y el amor de Dios que toma lugar en la cruz.

Una persona que rechaza el amor de Dios no va a gozar en el cielo, y Dios no va a forzarla a ser parte de la celebración celestial. Incluso si Dios lo hiciera, la persona no gozaría o experimentaría sus beneficios. En su lugar, él permite que aquellos que repudian su misericordia sigan su propia dirección, una conformada decisivamente por su rechazo del amor de Dios y su perpetua elección del mal. Esas personas no pueden ver el amor y la misericordia como una buena elección ya que insisten en seguir su propio camino, manteniendo su orgullo sin importar cuales sean las consecuencias. Por lo tanto, el infierno es creado por aquellos que resisten el amor de Dios eternamente, es para aquellos que no querrán y por lo tanto no podrán estar en la presencia del amor santo de Dios.

C.S. Lewis lo describe bien en su novela: “Al final hay solo dos clases de personas: aquellas que le dicen a Dios: ‘Sea hecha tu voluntad’, y aquellas a las que Dios les dice al final: ‘Sea hecha tu voluntad’. Todas las que están en el infierno, eligen estar allí. Sin esa elección propia no podría haber infierno. Ningún alma que seria y constantemente desee el gozo lo perderá jamás. Aquellos que buscan hayan. A aquellos que llaman se les abre”.

Cuando hablamos sobre las glorias del cielo comparadas con las agonías del infierno, debemos de tener en mente que no podemos concebir verdaderamente la realidad de ninguna de ellas. Es, parafraseando al apóstol Pablo, lo que ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido. La mejor forma de contrastar el cielo y el infierno es la que describió C.S. Lewis: “Y sin embargo, todas las soledades, las iras, los odios, las envidias y los dolores que contiene [el infierno], si se juntan en una sola experiencia y se ponen en una balanza frente al momento más pequeño del gozo que siente el más pequeño en el cielo, no pesarían nada que pudiera registrarse en forma alguna. El mal no puede tener éxito incluso en ser tan malo como verdaderamente bueno es el bien».

Todos hemos experimentado la soledad al sentirnos separados de Dios, y todos hemos experimentado el gozo al comprender que somos amados, perdonados, adoptados e incluidos por Dios en el amor y la vida compartida por el Padre, el Hijo y el Espíritu. Simplemente, uno no puede comparar una experiencia con la otra.

He aquí un último pensamiento a tener en mente cuando pensamos del infierno como la culminación del juicio: No solo debemos ver que el infierno está relacionado con el amor de Dios, sino que el cielo es también parte del juicio de Dios. Aquellos que regresan a Cristo están sobrecogidos de gozo al darse cuenta de que Jesús es el verdadero Juez, un juez que murió por las personas que juzga. “El Padre no juzga a nadie” dijo Jesús, “sino que todo juicio lo ha delegado en el Hijo” (Juan 5:22). Jesús, nuestro Juez, ha pagado el castigo por el pecado de todos. Estar en el cielo significa estar en relación y comunión con el Juez que salva por medio de su juicio.

El que juzga a los justos, a los no evangelizados y a los malvados, es el que dio su vida para que otros puedan vivir eternamente. Jesucristo ya se ha echado sobre sí mismo el juicio del pecado y la maldad. Por lo tanto el juicio debe señalar a un tiempo de gozo para todos, ya que conducirá a la gloria del reino eterno de Dios donde no existirá otra cosa que la bondad por toda la eternidad. El mal es eliminado para siempre. Aquellos que quieran vivir con Cristo en esa bondad podrán hacerlo; los que no quieran no serán forzados a hacerlo.

Nuestra esperanza está en Dios que envió a su Hijo que sirvió al cosmos por medio del Espíritu para hacer el infierno más pequeño en lugar de más grande. La verdadera respuesta a mi compañero de asiento es que solo Dios sabe cómo de grande será el infierno. Y que él ha hecho todo lo que puede para hacerlo lo más pequeño posible. Dado quien Dios es en Jesucristo, no hay ninguna buena razón para que alguien vaya al infierno, solamente la “razón” sin sentido de repudiar el amor y el perdón de Dios para mantener nuestro propio orgullo.

Confiando en Jesús.

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